Fútbol

Vida de deportista

Él había sido grande antes y en realidad solo asistí a su hundimiento, a su lado más lastimero

Una noche, George Best abrió la puerta de su habitación de hotel. Estaba con una aspirante a Miss Universo y había encargado dos botellas de champán a recepción. Subió a entregarlas un botones que resultó ser aficionado del Manchester United. Cuando presenció la escena, no pudo evitar preguntarle: «¿Cuándo empezó a joderse todo, Georgie?». El que fue, sin duda, el jugador más carismático de la historia le tendió un billete de 50 libras de propina, una fortuna, y cerró la puerta sin contestar. Best fallecería dos trasplantes de hígado y tres décadas después.

El jugador de Belfast fue, como Maradona, hijo de clase obrera, talento natural, sonrisa sardónica. Yo en el caso del argentino, perdonen si no me sumo a los panegíricos, pero es que cuando pienso en él no veo sus goles. Recuerdo sus declaraciones erráticas, su mirada perdida y su estilo lumpen de vida. Gloriosa ruina, como una esquina del Quartieri Spagnoli de Nápoles. Era, desde luego, «Uno di noi», alguien con tantos defectos como cualquiera de nosotros, pero yo me perdí lo mejor: él había sido grande antes y en realidad solo asistí a su hundimiento, a su lado más lastimero.

La lista de deportistas que se asoman a un final trágico se acerca peligrosamente a la de las estrellas del rock. Muchos dirán que por su propia elección, por su vicio propio, que son niños consentidos. Es que con todo el dinero que ganan... Quien opina así es porque no ha intentado convertirse en deportista profesional o no conoce a nadie que se gane la vida con el deporte. Kevin Love, el alero de los Cleveland Cavaliers, reconoció el otro día que estuvo cerca de suicidarse. «Barajaba un par de formas de hacerlo. El futuro empezó a perder sentido. Y cuando llega al punto en que pierdes la esperanza, es cuando lo único en lo que puedes pensar es, ¿Cómo puedo hacer que este dolor desaparezca?». De Isco Alarcón, jugador del Real Madrid, llegaron a decir algunos cabestros que la culpa de su bajo rendimiento era de su pareja, a la que insultaron porque sí. Messi dijo el otro día al descender de un avión que está cansado de «ser siempre el problema». Messi. Un tipo que ha metido 640 goles se siente el problema.

El balón no entra porque el deporte no son matemáticas, las cosas no salen por un centímetro o un segundo. O llegan las lesiones, el entrenador no te pone o han fichado a uno en tu puesto que costó una millonada. Así que, como ganas mucho dinero, porque el capitalismo y el libre mercado se deben aplicar a todo menos al deporte profesional, la gente tiene derecho a insultarte. Tu «entorno», tu representante, tu familia y tú mismo. Todo el mundo, es decir, un monstruo enorme, espera algo de ti. Ansiedad y depresión. A Maradona y a Best les falló mucha gente. Ellos mismos también, claro. «No mueran como yo», pidió Best desde la cama de un hospital en su lecho de muerte. Volverá a pasar.