Opinión

Todo era mentira

Unidas Podemos pide que el castellano sea lengua vehicular en Madrid porque el inglés tiene «efectos segregadores y negativos para la enseñanza». UP apoya una proposición no de ley para liquidar la «imposición legal exclusiva» del castellano en España. Quiere extender el uso de las lenguas cooficiales al Congreso, RTVE, la Audiencia Nacional, el Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo. Necesitas mentir con un aplomo digno de un sociópata, o ser tonto, para sostener sin pestañear que en España sufren de exclusión quienes tienen como lengua materna el gallego, el catalán o el euskera. No digamos si exiges «políticas activas de recuperación de su dignidad y autoestima que permitan el ejercicio efectivo de sus derechos lingüísticos». Saben de sobra que en Cataluña todo opera en pos de unos ideales supremacistas, enfrentados con el bilingüismo hasta lograr la expulsión del castellano de la administración, la escuela y la universidad, de los medios de comunicación de titularidad pública y, a ser posible, hasta de las plazas y calles. La «anomalía democrática», por usar la certera precisión del filósofo Manuel Toscano para referirse a la persecución del castellano, resulta no ya compatible sino perfectamente lógica con la cosmovisión de una gente abrazada a las tesis esencialistas. Los nacionalismos, incapaces de encontrar otras disimilitudes entre españoles, apuestan su anhelo totalitario a las lenguas como parteras de la historia. Santifican la irreparable destrucción del demos en el tenebroso altar de los cuentos románticos y los idealizados mitos de la patria y las canciones de cuna que entona la sangre. UP cree hablar en nombre de la multiculturalidad, el respeto al diferente y la integración. Pero por complejos históricos que pueden rastrearse y una mala digestión de jeremiadas acientíficas actúa en nombre de las peores ideas imaginables. Esas que discriminan a los ciudadanos, violentan la Constitución, desoyen las sentencias de los tribunales, sitúan en una evidente inferioridad laboral y social al hablante de la lengua común y confunden la cohesión y los vínculos, la defensa de lo común, y el valor esencial, democrático y laico, de juntos los distintos, con una suerte de atroz rodillo imperialista. UP, y en los últimos tiempos el PSOE, desde luego el muy nacionalista PSC, han aceptado la aberración de que los territorios tengan «lengua propia» y que esta no se dilucide en base a criterios contables, pongamos cuál es la lengua con más hablantes, sino mediante conjuros que establecen que el idioma brota de los árboles, las rocas y el viento, mágico sello inevitable de caperuzo blanco que establece quién es «de aquí», quién comulga más y mejor con lo «de aquí», con las «esencias», y quien no deja de ser un ciudadano de segunda o un colono. O sea, un charnego. Un maketo. O un franquista. O incluso un sudaca, por usar uno de los epítetos empleados estos días para describir a un columnista de la revista Ctxt que contó sus experiencias como estudiante foráneo en Barcelona y preguntó cómo se dice xenófobo en catalán. Xenófobo se dice votante de ERC, Bildu, PNV, JxCat, BNG y etc. Y tonto útil, o cínico, depende los casos, conjuga con UP. Al final, sin llegar a ser de los «otros», que a saber quienes son, muchos de los «nuestros» resultaron ser unos sinvergüenzas. Profesionales de una lucrativa impostura siempre compatible con su nula disposición a cuestionar ni uno solo de sus dogmas. Todo en ellos era mentira.