Pandemia
El desamparo
¿Saben los que nos mandan cerrar las tiendas o los bares, de verdad, las consecuencias que tiene todo esto para nosotros? ¿En qué certezas afirman sus ordenanzas, sus decisiones, nuestra ruina?
Ya no hay viajeros que pasen frente a la tienda de Carmen. Desde que las autonomías han vuelto a perimetrarse –qué extraña imprecisión del lenguaje, qué palabro inexistente inventamos para no enfrentarnos a la dura verdad del cierre– ya apenas llega gente a la estación del tren de la pequeña capital de la Meseta. Lucía, la del bar, lo tiene peor. Hasta hoy no ha podido abrir ni un solo día en las últimas tres semanas. Ni un euro de ingreso para la descompensada maquinaria de la rutina económica: se paró su reloj, pero no el del propietario del local, ni el del banco, ni el de los impuestos municipales. Ni Hacienda, claro. A Hacienda nunca se le detiene nada, es imparable. Y a ver cómo paga todo eso, que ya se ha fundido en deudas el crédito ICO.
Ella también está pensando en cerrar. Pero definitivamente. Le vendría bien para poder atender a su padre, que está ya muy mayor, y ha envejecido muchísimo desde que se llevaron a mamá con Covid. Sigue en la UCI. Grave, pero aguantando. La tienda le estaba dando a Carmen, y a sus padres para vivir medianamente bien. Eso, y la pensión. Pero ahora las cosas se han puesto mal. Se vende una ínfima proporción de lo que antes era lo normal, y así no hay forma siquiera de mantenerse.
Ayer asistió por primera vez en su vida a una manifestación. Carmen nunca ha sido de mucho ruido, y menos en la calle, pero esta vez necesitaba hacerse oír, participar en algo que le saque de dentro el miedo y ese poco de rabia que cada vez le cuesta más controlar. Así no se puede seguir.
Allí se encontró a Daniela, que trabajaba, bueno, trabaja porque está en ERTE, en la chocolatería con Venancio. Está mal, viviendo de sus padres, porque desde marzo no ha cobrado nada; no ha visto un euro de eso del expediente de empleo temporal. Julián, el de la tienda de informática, parecía mayor que la última vez que se habían visto. Este año no ha podido pagarle a su hija la matrícula en Salamanca, y se ha tenido que venir la chica. A ver si el año que viene puede recuperar.
Algunos hablaban de la vacuna, pero no será la purga de Benito. O quizá si, porque ha visto en la tele que las bolsas empezaban a subir y las acciones de las empresas turísticas a dispararse, antes incluso de que hubiera vacuna, sólo con anunciarla. Y la purga de Benito es famosa porque él ya se empezaba a poner bien antes de tomarla, con sólo entrar en botica.
Qué cosa esto de la incertidumbre, no saber si esto va a ir a peor, si nos vamos a arruinar todos, o nos va a matar la enfermedad. Qué incómoda la duda, al menos para nosotros, porque parece que hay una altura social a la que empieza a diluirse. ¿Cuál será el punto a partir del cual te liberas de incertidumbres y tomas decisiones firmes que nos dejan a todos a merced del desamparo?
¿Saben los que nos mandan cerrar las tiendas o los bares, de verdad, las consecuencias que tiene todo esto para nosotros? ¿En qué certezas afirman sus ordenanzas, sus decisiones, nuestra ruina? ¿Qué y cómo hacen sus mediciones? ¿Cuál es su ciencia? Claro que hay que tomar medidas, que no se lo digan a Carmen, que tiene a su madre con Covid y vive en una angustia constante, por esa soledad real y lejana desde la que sabe que le está plantando cara a la muerte. Esa certeza que ni ella ni su padre tienen idea de cómo digerir. Que hagan lo que sea necesario para que no siga muriendo más gente. Pero sin disparar a las moscas con cañones antiaéreos que aniquilan todo lo que se mueve a su alrededor. ¿Hay más riesgo en los bares? ¿Son los teatros más peligrosos que las casas o las oficinas? ¿Dónde están los estudios que lo demuestran?
Seguro que los hay, supone Carmen. Y alguna razón habrá para que no los muestren. O quizá no, no existan, porque todo alrededor de esta tragedia es incomprensible. Como lo es también que haya quien juegue con enfrentar economía con salud, como si no fueran juntas, como si Carmen no quisiera salvar a su madre y lo que da de comer a su familia. Y a hora con las navidades, la cosa puede ir a peor.
Mientras enciende la radio, vuelve a pensar lo mismo que ayer en algún momento de la manifestación, cuando miraba a su alrededor y se preguntaba cuántos de los que toman las decisiones del desamparo han sabido alguna vez lo que es montar un negocio, avanzar, resistir, y el miedo que da caer. Muy pocos. Y por qué no se atreven a sentarse juntos, políticos, médicos, empresarios, sociólogos, los que saben dónde estamos y por dónde nos movemos, para que lo que se decida sea de verdad lo mejor para todos. Desde todas las miradas. Escucha el sonido de fondo de la radio, cuando le viene la idea de que esto tendrían que haberlo hecho hace mucho tiempo.
El gobierno, dicen las noticias, celebra que sus presupuestos marquen el comienzo de una nueva era, como declara uno de sus socios preferentes.
Qué bien. Qué suerte la suya que tienen algo que celebrar.
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