Opinión
Buscando a Mefistófeles
Con motivo de la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado en el Congreso de los Diputados, el Ministro Ábalos llegó decir que «Bildu ha tenido más sentido de la responsabilidad que el PP con las Cuentas» y que valora que la izquierda abertzale «ha rechazado la actitud obstruccionista» del partido de Casado. No cabe mayor desatino y desvergüenza, mezclar en la misma frase expresiones como sentido de la responsabilidad y BILDU, y todo por un puñado de votos. Esta situación parece estar inspirada en la fáustica obra de Goethe, pero la dificultad surge en distinguir quién está detrás del papel de Mefistófeles, porque resulta arduo decidir quién está vendiendo el alma aquí. Más lo triste es que el alma perdida no solo es la propia de un partido socialista cada vez menos obrero y menos español, sino que lo que se está poniendo en juego es el alma de España y su futuro. Que la coalición PSOE y Podemos erosiona las instituciones que mejor nos defienden, ya nadie lo puede poner en duda: ataques continuos contra la mismísima Jefatura del Estado, brutales embates dirigidos desde el poder ejecutivo contra el poder judicial y el poder legislativo y un ataque en toda regla contra la Constitución. Es difícil esperar gran cosa de un Gobierno que pacta con Bildu y que cede a sus exigencias (acercamientos penitenciarios y repliegue militar en Loiola) mientras los herederos de Batasuna dicen venir a Madrid a tumbar la democracia. Estamos ante un gobierno que con su presidente a la cabeza está dispuesto a pagar todos los peajes, un gobierno que hace política contra otros poderes, que tramita presupuestos contra el Estado, que presenta leyes contra la educación y que firma acuerdos contra los madrileños, en definitiva un gobierno que apuesta por polarización y la división entre españoles como único discurso, único proyecto y balance. En este escenario saber quién vende el alma a quien es difícil, y sobre todo si a alguno le queda algún alma que vender. Recuerdo la famosa frase de Ortega «gentes con almas no mayores que las usadas por los coleópteros han conseguido en menos de dos meses encanijarnos esta República niña y hacerle perder el garbo con que nació». Obviando la referencia al reino animal, el resto de la frase describe una penosa actualidad, pero quizá la que más resume el presente momento es su célebre grito puesto en boca de los que habían apoyado la República, «¡No es esto, no es esto! La República es una cosa. El radicalismo es otra. Si no, al tiempo!» Afortunadamente gozamos de una cultura democrática mayor y el Estado está muy por encima de este minúsculo gobierno formado por una multitud de ministros, nuestro sistema tiene los suficientes resortes como para defendernos de este radicalismo que se ha apoderado de la Moncloa y que, muy al contrario de lo acontecido en la época orteguiana, los radicales serán neutralizados por el sistema. Más pronto que tarde se irán con su radicalismo a sus casas, porque, como decía Lincoln, «no se puede engañar a todos todo el tiempo».
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