Opinión

Repensar La Moncloa

Que un Gobierno esté "bunkerizado" transmitía antes inmovilismo. Hoy, con Pedro Sánchez, se torna en resiliencia

Palacio de La Moncloa.
Palacio de La MoncloaJavier Fdez.-Largo La Razón

Los hechos alternativos no tienen por qué partir de fabulaciones particularmente rebuscadas. Basta con cambiar la connotación de las cosas. Que un Gobierno esté «bunkerizado» transmitía hasta ahora una idea negativa. Hoy es su núcleo duro el que presume de encontrarse sumido en ese estado. Lo que en tiempos de Girón de Velasco era inmovilismo se torna resiliencia con Pedro Sánchez.

Eso de sacar pecho es nuevo. Pero la cuestión de fondo no. El aislamiento de la realidad que produce la acción ejecutiva en España ha dado lugar a un sintagma periodístico, el «síndrome de La Moncloa», que ha ido resultando verosímil en cuanto la han ido ocupando, con la sola excepción –cosas de la temporalidad del arrendamiento– de Leopoldo Calvo-Sotelo.

Hay grados, como en todo. Sánchez debió pasar libre del citado síndrome lo que tardó en quitarse aquella camiseta del 25 aniversario de Barcelona 92 con la que se hizo unas fotos corriendo por los jardines. La crítica al Falcon ha sido tan machacona que ya se ha convertido en un cliché. Pero esas otras instantáneas a bordo no dejan de resultar ilustrativas de lo pronto que se vio afectado.

Quizá toque darle una pensada al propio Palacio de La Moncloa. ¿Es el lugar más adecuado para hacer la función de residencia oficial de un jefe de Gobierno en la España del segundo cuarto del siglo XXI?

Aislamiento

El aislamiento fue precisamente el motivo para elegirlo a finales de 1976. En aquel tiempo hiperviolento, resultaba objetivamente peligroso que Adolfo Suárez, nombrado por el Rey todavía bajo el diseño franquista, viviera y trabajara al principio del paseo de la Castellana. (El Palacio de Villamejor es igual de céntrico, pero algo menos ostentoso que Matignon o Chigi).

Quizá, de alguna manera más o menos consciente, se quiso dotar al puesto de un boato más parejo al del jefe del Estado porque estaba llamado a ser una figura democrática, con funciones ejecutivas plenas, en el futuro inmediato.

El historiador Guillermo Gortázar, defensor de las bondades de Castellana 3, ha escrito sobre esto en su último libro, «El cesarismo presidencial», que comentó en otro día con Rafa Latorre en La Brújula de Onda Cero.

"Mini ciudad"

España creció y su gobernanza se sofisticó. De modo que el palacio fue ganando anexos hasta terminar constituyendo un complejo considerable en el que conviven las dependencias personales del presidente y su familia con su oficina y la de la inmensa mayoría de sus colaboradores. Es casi una de esas «mini ciudades» que erigen algunas grandes empresas. Pero sin autobús de vuelta a casa.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a su llegada a recibir al primer ministro de Iraq, Mohammad Shiá Al Sudani, en el Palacio de La Moncloa.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a su llegada a recibir al primer ministro de Iraq, Mohammad Shiá Al Sudani, en el Palacio de La Moncloa.Eduardo ParraEuropa Press

El papel del presidente del Gobierno en la Monarquía parlamentaria del 78 es muy parecido al del primer ministro del Reino Unido. Por eso es interesante comparar Moncloa con Downing Street. La instalación británica es bastante mayor de lo que da a entender la foto tradicional del nuevo gobernante ante la puerta del número 10. Pero existe un cierto afán por marcar la diferencia entre la pompa de las dependencias oficiales y la funcionalidad del piso en el que se hace la vida personal (lo que no quita para que una reforma de la cocina de pie a cierta polvareda política).

Hemos consultado estas cuitas con alguien que sabe lo que es trabajar en el Palacio. Ve exagerada la relación causa-efecto que suele establecerse entre este y el síndrome al que da nombre. Sería algo más inherente al cargo, independientemente de dónde se desempeñe. Y suficiente tiene el área metropolitana de Madrid con lo que tiene.

De modo que nos rendimos. Total, la actualidad española ya no permite mirar más allá del día siguiente.

Aparcaremos, de momento, esas ensoñaciones. Un presidente que se sumerja a algo parecido a la vida normal cuando acabe su jornada para no olvidar cómo son los ciudadanos para los que gobierna. Paparruchas. Al fin y al cabo, algunos el búnker lo llevan puesto de serie.