Opinión

Sánchez no aguanta más

La operación de la Guardia Civil es el estallido visible de una crisis que se ha incubado en silencio durante años, entre pactos opacos, favores cruzados y una cultura de impunidad que el presidente ha permitido o alimentado

Un agente de la Policía ante la sede del PSOE en Madrid
Un agente de la Policía ante la sede del PSOE en MadridMudarra

Pedro Sánchez camina al borde del abismo que él mismo ha excavado, arrastrado por sus propias ambiciones. La piel que una vez resistió tempestades ahora se desgasta bajo el roce constante de secretos y traiciones. No es solo el ruido de los escándalos que lo acechan ni las sombras que rodean a sus colaboradores más cercanos; es la corrosión interna de un liderazgo atrapado en su propia telaraña, incapaz ya de mantener la farsa ni de enfrentar la verdad que lo consume desde dentro. La dureza que exige la política se vuelve para él una cárcel que lo aprisiona, un lugar donde la mentira y el silencio se han vuelto moneda corriente, pero que ya no consigue sostener sin que se agriete en mil fragmentos.

La irrupción de la Unidad Central Operativa en la sede del PSOE supone un golpe directo al corazón del poder que Sánchez ha construido. No se trata solo de buscar pruebas o papeles, sino de fracturar la fachada que durante años ha protegido una maquinaria opaca, capaz de esconder intereses y silencios incómodos. Esa operación es la señal de que los muros levantados para proteger su liderazgo están cediendo, y que el control sobre lo que ocurre en su entorno ya no le pertenece. La política, otrora un terreno dominado por su estrategia y su habilidad para eludir crisis, se le ha vuelto ahora una prisión sin escape. La UCO no ha venido solo a registrar, sino a desarmar un sistema que ha estado más tiempo oculto que expuesto.

La operación de la Guardia Civil es el estallido visible de una crisis que se ha incubado en silencio durante años, entre pactos opacos, favores cruzados y una cultura de impunidad que Sánchez ha permitido o alimentado. No se trata solo de casos particulares o nombres señalados: es la constatación de un sistema que ha normalizado el encubrimiento, que ha tejido redes para proteger intereses y que ha situado el poder por encima de la ética y la responsabilidad. La sombra de la operación de la UCO es la sombra del fracaso de un liderazgo que no supo o no quiso romper con esos mecanismos. La aparente fortaleza de Sánchez siempre descansó sobre cimientos frágiles, construidos con concesiones que hoy se revelan como cargas insostenibles, que ahora pesan con la fuerza de una losa.

El presidente ha preferido mirar hacia otro lado, negar la realidad o minimizar los escándalos, tratando de mantener una fachada de estabilidad mientras el suelo se hundía bajo sus pies. Pero la estabilidad basada en el silencio y el control es un espejismo que se desvanece con la evidencia, y ahora esa evidencia ha irrumpido con fuerza, obligando a Sánchez a enfrentarse a una realidad que no puede ignorar ni manipular. No aguanta más porque ya no le queda espacio para maniobrar, ni para sostener la narrativa oficial. Su desgaste no es solo visible en las encuestas o en la calle; es un desgaste interno, una fractura que se abre cada vez más profunda. Y en ese desgaste, la política se vuelve una carga insoportable, un desgaste personal y colectivo que amenaza con arrastrarlo.

El presidente ha preferido mirar hacia otro lado, negar la realidad o minimizar los escándalos

La frase de Emiliano García-Page -"Las cosas que más preocupan a Sánchez ni siquiera están hoy en los periódicos"- cobra ahora una dimensión inquietante. Lo que siempre estuvo oculto y temido se revela ante la mirada pública con crudeza y sin posibilidad de disfraz. La corrupción, la opacidad, la falta de responsabilidad que sostienen su poder son ahora una carga insoportable, que desgasta no solo al presidente sino al país.

Esa carga ha explotado en la sede del partido que dirige, y ya no hay vuelta atrás. Las preocupaciones que García-Page señala como invisibles para la prensa son en realidad las que definen el futuro del país, porque hablan de un sistema enfermo que exige una respuesta radical. Y esa respuesta no puede esperar más.

El mantenimiento de Sánchez en el cargo frente a esta evidencia es perpetuar un modelo de poder que desprecia a la sociedad, que ignora la justicia y que define el poder en función de su capacidad para depredar la realidad. La fatiga de su liderazgo no es solo una cuestión personal, es la consecuencia inevitable de una estrategia que ha elegido el encubrimiento sobre la claridad, la lealtad por encima de la ética. Por eso, su resistencia no es un acto de fuerza, sino la última expresión de un poder que se desmorona desde dentro, un poder que se aferra a la supervivencia; es hacer del poder esa reserva de dinero y pasaportes falsos que los delincuentes ocultan para sus huidas.

La dimisión de Pedro Sánchez no es una concesión ni un gesto voluntario; es la única salida posible para detener esta deriva. Y por el sistema actual, el único que puede forzarla es el PSOE, si es que aún existe o aspira a existir. Las esperanzas en que esto suceda son pocas, y las que hay están movidas por el interés de sus lideres en evitar que la sombra de la corrupción siga extendiéndose hasta sus propios predios. Pero deberían saber que el silencio es complicidad y no hacer nada, tomar partido en favor del deterioro continuo, sin que tengan nada más que la resignación ante un modelo político que ha perdido su razón de ser, porque nunca lo fue.

Sánchez no aguanta más porque su poder es una jaula que lo atrapa y lo consume. La decisión de apartarse -o, insisto, la presión que le fuerce a irse- no solo liberaría al país de un liderazgo corrosivo, sino que abriría una puerta para reconstruir la política desde la verdad y la responsabilidad. Sin ese acto de renuncia, la sombra seguirá creciendo, y con ella, la incertidumbre sobre el futuro de una democracia que pide, más que nunca, claridad y justicia. Solo abandonando el poder podrá dejar atrás la corrupción que ha alimentado, el silencio que ha impuesto y el desgaste que ha provocado. Esa y no auditorías ni maquillaes, es la exigencia del tiempo y del país.