Opinión
¿Merecerá la pena?
Esta pregunta «retórica», en cuanto a lo sufrido en los últimos meses, puede resultar pertinente, y justificada en sí misma, en la bisagra entre el denostado 2020 y el deseado 2021. Una especie de proposición para considerar lo más significativo de lo ocurrido y las expectativas próximas. Las posibles respuestas conformarían una interminable, heterogénea y contradictoria panoplia de estimaciones, basadas en una doble percepción temporal; de un lado, el horizonte histórico y, de otro, el de la actualidad; sustentadas, a la vez, en el espacio global y en el ámbito nacional. Desde la perspectiva de mayor duración destacaría el escaso y mal uso que se ha hecho sobre el conocimiento de las grandes crisis sanitarias en nuestro país, empezando por las epidemias de cólera del siglo XIX. En cuanto a la inmediatez de la situación, habría que estimar los costes derivados de la pésima gestión aplicada a la pandemia.
En el primer caso, ni la extraordinaria aportación galdosiana desde los dominios de la literatura; ni los múltiples textos historiográficos producidos sobre todo desde las décadas 1970-1980, …; ni las informaciones hemerográficas, crónicas, documentación oficial, etc. … han sido tenidos en cuenta; demostrando una evidente ignorancia. La confusión ante el inicio de las pandemias y su evolución ha estado siempre a la orden del día. No se habla más que del origen de la enfermedad, decía Galdós. Lo han hecho las lumbreras de la ciencia y también las medianías, explicando a su manera la naturaleza del microbio. Así podríamos continuar con las diversas tácticas y estrategias para manejar la información, ocultando o magnificando los efectos, escondiendo los ataúdes y enterrando las víctimas con el mayor disimulo; desde la prohibición del toque de difuntos de las campanas, al control de los medios de comunicación.
También el enfrentamiento sobre la utilidad o inutilidad de las medidas aplicadas en el terreno sanitario, en el económico y, por encima de todo, en el político. De nuevo, como ejemplo, el relato galdosiano centrado en la jornada del 20 de junio de 1885, la primera vez en su historia que Madrid quedó sin cafés ni tabernas. Así las disputas, más que debates, acerca de la vacuna, de la ofensiva de Brouardel contra Ferrán hasta las polémicas actuales. La ironía de don Benito le llevaría a afirmar que el cólera era bueno, por descargar a la humanidad de los individuos débiles, entre ellos los ancianos valetudinarios. Esto último trataron de aplicarlo nuestros políticos, con mal disimulado entusiasmo, en los primeros momentos de la actual SARS-CoV-2.
Tampoco ha merecido atención suficiente lo publicado a propósito de la mal llamada gripe española de 1918; la otra gran epidemia que no nos tomamos en serio. Sobre ella se escenificaron nuevos desencuentros entre los que abogaban por una «dictadura sanitaria», como pedía El Liberal, y los que rechazaban cualquier injerencia. España perdió el 1’2 por 100 de su población y en 1920, los españoles vivían en medio de una inestabilidad política paralizante y las negativas secuelas socioeconómicas, subsiguientes al reajuste internacional tras la Primera Guerra Mundial. 1921 no ofrecería grandes cambios. El 8 de marzo (hay fechas de infeliz recordación) moría asesinado Dato y, cuatro meses más tarde, asomaba el fantasma de otro desastre, Annual, en un país cada vez más radicalmente fragmentado en todos los sentidos.
No faltó, al igual que hoy, la galería de personajes afectados, de forma más o menos grave, como Alfonso XIII y el entonces presidente del gobierno, García Prieto, o el de Estados Unidos, W. Wilson. Otros muchos sufrieron las consecuencias de la pandemia: Kafka, Apollinare, E. Munch, G. Klint, E. Schieler, cuyo retrato de La familia recogía las trágicas rupturas y la erosión psicológica de la sociedad. En el trayecto de Pfiffer a Pfizzer, del bacilo de la gripe al coronavirus, se han mantenido múltiples elementos comunes, señalándose la diferencia en los adelantos técnicos que han permitido los avances médicos.
Igualmente, a la vista de los resultados, no parecen haber tenido mayor éxito los estudios e informes de instituciones políticas, militares, sanitarias, etc.; ni la preocupación en medios universitarios sobre las lecciones históricas de las primeras pandemias del siglo XXI, el ébola, el SRAS-CoV-2002-03, … Llaman la atención las enormes coincidencias en lo ocurrido durante las grandes crisis sanitarias, sobre mentalidades, comportamientos, gestión, … etc. Resulta que «lo viejo» es mucho más que lo nuevo. Nos sorprenderá estar más cerca del «nihil novum sub sole», que del «novismo» que se nos pretende imponer, mediante la recurrente heurística del miedo enfrentándonos a nuevos ritmos, alternancias, cortoplacismo constante y la crisis como emergencia permanente. Se nos sitúa ante una falsa dialéctica entre dos normalidades, ninguna de las cuales existe ya. La vieja marcada por la nostalgia de los buenos tiempos que seguramente no eran tan buenos; la otra, la supuestamente inevitable, «nueva normalidad».
Finalmente, a pesar del sobreprecio pagado, ¿encontraremos alguna respuesta positiva a la cuestión de partida? ¿Habrá merecido la pena? Rotundamente sí, cuando los ciudadanos reforzando su respuesta desde la ética de la responsabilidad empiecen, como recomendaba Unamuno, a no preocuparse de lo que piensen de ellos los mediocres, sean progresistas o conservadores, liberales o reaccionarios. Y, por supuesto, populistas que simplemente atienden a su propia cuota de poder. Sería decisivo rechazar el eterno ignorabimus.
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