Opinión
Nieva sobre nevado
La gran nevada ha dejado un paisaje de vivir en Finlandia que era lo que estábamos ansiando, de hacer de figurantes de la guardia de la noche en un episodio de «Juego de tronos» o de espiar el rastro de sangre en «Fargo». Esquiar en Madrid fue como ver a un pavo real en medio de la tormenta, como soñó Fellini. Nunca contemplaremos nada igual. Los niños sepultaron las piernas hasta casi desaparecer y los perros jugaron como conejos, dibujando agujeros que podrían ser madrigueras. Lo que tienen los sueños es que muchos se detienen en pesadilla. La de los coches atrapados y las ambulancias tronando en la nada. Siempre hay prosa castigada, aunque habites en «Frozen». La política se descongeló tarde, como suele, para hacer muñecos de narices largas y hacer bolas con las que pelearse, aprovechando que sus representantes volvieron a ser chiquillos. La nieve trazó de nuevo un mapa autonómico afilado como trozos de hielo sobre una cornisa a la espera de que el Gobierno calentara, poco a poco. Un Estado funciona no cuando nos erguimos cada uno con su bandera sino si podemos socorrer a los otros. Lo demás son preámbulos de ridículos estatutos de autonomía que salen en carroza una vez al año con los palmeros del Gobierno plurinacional. Luego resultó que estábamos ante un temporal «histórico» del que no había precedentes. Acabáramos. Pues para ser tan singular lo despacharon con abulia. Al levantarnos ayer, y tras ver por la ventana la postal idílica que precede al desastre, ninguna televisión pública, nacional o autonómica, estaba a pie de calle o junto a los conductores de la M-30. Ni una sola recomendación. Ni un solo ministro con bufanda. España estaba con la nieve al cuello y parecía que no sucedía nada. En el canal 24 horas una locutora leía con cierta dificultad en el telepronter con la monotonía con la que los copos caían desde hacía muchas horas. Es cierto que la furia de Filomena, vaya nombre, no la esperaban ni los expertos, pero solo hacía falta descorrer las cortinas para ver un Argamedón. Alguien debió pellizcarles para que salieran con el pijama bajo el traje.
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