
Opinión
El Cristo del Falcon
Pedro Sánchez está flaco. Y no solo de masa corporal. De relato, de mística, de aura
Pedro Sánchez está flaco. Y no solo de masa corporal. De relato, de mística, de aura. Ha perdido el superpoder que lo sostenía incluso en sus mentiras y cambios de opinión: la superioridad moral. Durante años voló por encima del fango. No porque no hubiera fango, sino porque él era el Falcon. El aire. La altura.
Hoy ya no vuela. Levita, en penitencia, sin saber si lo crucifican por ingenuo o por cínico. Un presidente, como un psicoterapeuta, no puede ser un ladrón, pero tampoco puede ser un tonto. El Cristo del Falcon nos muestra sus cinco llagas: su mujer, su hermano, su suegro, su mano derecha, su mano izquierda. Y una más: él, en el centro, con la mirada perdida y los cachetes huecos.
No voy a enumerar los datos, las comisiones, los enchufes ni los contratos amañados: para eso ya están los sumarios y los telediarios. Lo que a mí me enferma no es que roben -eso es casi folclórico-, es que lo hagan mientras nos vacían los bolsillos con cara de pedagogos, para luego repartir el botín entre furcias de catálogo, saunas, esposas sin mérito y primas de productividad para novias del extrarradio político.
Nos hablan de justicia fiscal mientras subvencionan su propia sordidez. La historia socialista reciente se resume así: Para la ELA, no hay fondos. Para Nicoleta, sí: contrato público, 14 pagas, complemento de calidad, y de postre, un segundo puesto en una lista electoral. España: donde las amantes se colocan por decreto, y los enfermos se joden, y después se mueren esperando.
Y luego está Begoña. La académica exprés, la consultora con másteres que florecen como jacintos en primavera. Pero lo interesante no es su currículum inflado, sino su cuna: hija del dueño de una cadena de puticlubs y saunas. No es un juicio moral, es un dato matemático que dice mucho -todo- sobre la estética ideológica de esta corte. Un ecosistema donde la vulgaridad no es un accidente, sino el idioma materno.
Y donde el poder no se gana: se coloca, se intercambia, se disimula con albornoz. Ábalos dice que lleva una semana con 50 euros. Eso sí, “estirándolos” ¡Muso!, como si fueran una legislatura, un chicle en la moqueta del AVE, como si la pobreza fuera una virtud. Hay que reconocerle el arte con un guiño castizo, casi entrañable. Colocó a toda la parroquia sentimental del partido, y aún tiene arrestos para hacerse el mileurista espiritual con cara de monedero roto y dignidad de gasolinera. Qué talento. Qué casting. Qué país.
Y mientras todo esto sucedía —no antes, mientras— había periodistas pidiendo calles para Santos Cerdán. Jordi Évole, sin ir más lejos, lo propuso públicamente. No sabemos si para vivir en ella o para enterrarse dentro. Ahora callan. Los Évole, los columnistas sincronizados, los intelectuales institucionales.
A los que aún defienden a Sánchez con fervor eclesial —los de “todo es un bulo”, los de “la derecha quiere destruirnos”— solo les pido que salgan un momento al sol. Que miren la nómina de Nicoleta. Me sorprenden especialmente los que aun defienden a Pedro Sánchez, los que todavía le apoyan. Defender esto ya no es ideología. Es adicción a la farsa. Con suscripción premium.
Pero no se va a ir. Se aferra al Falcon como a la cruz. Las apariencias, se ponga Disney como se ponga, no engañan. Pedro babá y sus ladrones han sido, desde el principio, lo que parecían: una red de poder donde la compasión, la estética y la inteligencia se sacrifican en el altar del dinero. Una troupe de supervivientes sin alma, disfrazados de progresía. Un gobierno donde todo lo elevado se desprecia, y todo lo turbio se premia con cátedra, contrato y puta.
Y así, Pedro Sánchez pasó de presidente a penitente. Será el político que confundió altura con altivez, que creyó que se podía gobernar desde el aire, sin saber que la verdad siempre aterriza. Y suele hacerlo de golpe.
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