Opinión

Gibraltar y Sahara, dos serios problemas económicos para España

Por si era pequeño el conjunto de los problemas económicos actuales de España, derivados de una pésima política económica y, además, de problemas generados por la pandemia, han surgido dos cuestiones, en política exterior, nada agradables para nuestra economía.
La primera es consecuencia del Brexit. Al conjunto de problemas económicos directos que se producen actualmente por las relaciones económicas de todo tipo entre España y el Reino Unido, se suma la cuestión de Gibraltar. Conviene tener en cuenta, en estos momentos, que nada se parece, ya, en el mundo internacional, a lo que existía antes de la II Guerra Mundial. En aquel momento, al Reino Unido, que dominaba el Mediterráneo para ampliar su influencia –a costa del Imperio Turco en el Oriente Medio–, y controlaba Suez, se le derivó la relación de control de los actuales mundos asiáticos de la península Hindú; además de los complementos que existían desde Hong Kong a Singapur en la península malaya, más los enlaces hacia Nueva Zelanda y Australia. Todo esto se ha esfumado, y ya Londres no controla ni Suez, ni Chipre, ni Malta. Le queda aún Gibraltar; donde, el tráfico intensísimo entre un mundo asiático con fuerte desarrollo económico, en todos los sentidos, y la costa atlántica europea, discurre por el Mediterráneo, y Gibraltar está situado en una bahía muy profunda y amplia que enlaza los mares y, lógicamente, se convierte en un posible lugar básico de uno de los distritos industriales mayores de mundo. Además, ya en los momentos de decadencia británica, Keynes hizo unas sugerencias que hicieron posible que se decidiese convertir a Gibraltar en un centro financiero internacional importante, lo que exigía un personal múltiple adecuado que, en notable parte, procedía de las zonas limítrofes. El PIB por habitante de Gibraltar se convirtió, así, en uno de los más altos del mundo, y de ahí se deriva el actual choque. Porque, para que el gobierno de Londres pueda continuar siendo una gran potencia militar, el punto de apoyo geográfico que le queda, prácticamente, es Gibraltar, que se ha convertido, en aguas jurídicamente españolas, en base de submarinos nucleares, a más de que el aeropuerto, construido sobre territorio jurídicamente español, al resultar potencia nuclear, puede servir de base para la aviación de ese tipo. Automáticamente, con un riesgo tan grande, surge el fenómeno sabido de que, en las bases aeronavales militares, no existe posibilidad de desarrollo. Todo lo que comunica Gibraltar con un entorno son unas rentas a empleados y poseedores del mundo financiero y se frena la posibilidad de que exista un foco industrial colosal, de enlaces mundiales de Europa con la creciente Asia y las materias primas de África, inigualables.
España tuvo una oportunidad en la discusión del Brexit, respecto a los gibraltareños: pedir un control durísimo de las actividades actuales de Gibraltar, al terminar su papel en la Unión Europea, y señalar a los gobernantes de La Roca que abandonaría esa solicitud si aceptaban las condiciones señaladas por las Naciones Unidas: ser realmente una colonia que desgajaba el territorio nacional donde se había situado. Nada se ha hecho en ese sentido por el fin señalado, a corto plazo, de no perder a los votantes de la región, que derivan parte de su bienestar a los ingresos actuales que reciben de la colonia. Automáticamente, el desarrollo económico de amplias zonas de Andalucía –desde luego, de Cádiz, Sevilla y Málaga– ha desaparecido.
La segunda cuestión, en política exterior, es el problema económico, muy serio, surgido al mismo tiempo: Estados Unidos ha decidido, de espaldas a la postura de la ONU, reconocer la propiedad marroquí del anterior Sahara español. Esto origina, inmediatamente, tres golpes a nuestra economía. En primer lugar, a las actividades pesqueras de esa costa del Mediterráneo, nada despreciables desde el punto de vista económico. En segundo lugar, el control del tráfico y posibles actividades mineroindustriales del entorno de las Canarias, que se viene fuertemente al suelo. Pero además, en tercer lugar, un conjunto de movimientos migratorios considerables hacia España, que proceden de zonas deprimidísimas africanas, queda facilitado por la falta de un forzoso control marítimo. Ya se adivina en multitud de puertos canarios. Y además, las posibilidades económicas que existían en el Sahara, y que con una descolonización normal no tenían por qué desaparecer, se han esfumado en favor de acciones monopolísticas, por ejemplo, sobre los fosfatos, que alegran a Marruecos. El golpe nos lo ha dado esta vez Washington, que ha preferido Rabat a Madrid, para desarrollar, precisamente, una política expansiva –habría que decir de tipo imperial– para el control, no sólo del Mediterráneo, sino también de las posibilidades de materias primas africanas.
En mil sentidos, económicos y políticos, hemos sido golpeados, con lo que, a más de la crisis económica y de la pandemia, tenemos que agregar otros dos golpes formidables que parecen ignorarse por el gobierno. Si éste hubiera leído, por lo menos, en el número de 19 de diciembre de 2020 de The Economist, el artículo Heat in the desert, ¿habría reaccionado?