Coronavirus

La ética de los Roentgen

¡Tanta distancia entre la ética de los Roentgen y la de los Sahim! ¡Así nos va!

Por razones que no vienen al caso, estoy integrado en un grupo irrepetible de voluntarios –entre ellos médicos y farmacéuticos– dispuestos a recuperar el cuerpo y alma de un Hospital Naval que Inglaterra construyó en pleno centro del puerto de Mahón, en 1711. Tras ser tres veces inglés, una francés, otra norteamericano y en dos épocas español, acabó su vida como Hospital Militar nuestro en 1964. Largos 250 años de actividad, dan para referir la densa «alma» contenida entre sus muros: pandemias, cuarentenas, hambrunas, heridas, muertes, desde la Guerra de los Siete Años (1756-1763) hasta la Segunda Guerra Mundial en que atendió a cerca de 400 náufragos del acorazado «Roma» hundido por la aviación alemana en las Bocas de Bonifacio en septiembre de 1943. Otra tragedia europea: Italia y Alemania habían iniciado la guerra en un mismo bando.

Por supuesto los sanitarios dirigen técnicamente la recuperación, que a día de hoy ya ofrece una completa visión de la cirugía, la medicina y la farmacia de siglos pasados, gracias a su trabajo y a generosas donaciones. Durante este tiempo he asimilado de ellos el valor de comportamientos éticos, de los que tenemos testimonios vivos en algunas salas del hospital. Me detengo en la dedicada Rayos X en la que exponemos aparatos e imágenes que abarcan desde sus comienzos a finales del siglo XIX hasta nuestros días.

Resalto una imagen bien conocida: la de la mano de Anna Bertha esposa del físico Conrad Wihelm Roentgen, descubridor de unos extraños rayos –a los que llamó «X»– que desnudaban el interior del cuerpo humano. Para aquella primera experiencia de noviembre de 1895, expuso la mano de su esposa y colaboradora, durante largos quince minutos. Cuando ella comprobó que podían verse todos los huesos de su mano, incluida la alianza de compromiso, su reacción al igual que la de mucha gente de la época, fue una mezcla de fascinación y temor que la hacía sentirse extrañamente cercana a la muerte. Roentgen recibiría el Nobel de Física en 1901 cuando ya era un reconocido rector de la Universidad de Würzburg. Hombre honesto y recto, nunca quiso esgrimir los derechos de su descubrimiento, argumentando que la única manera de que las investigaciones siguieran creciendo en beneficio de la Humanidad, era que los Rayos X fueran totalmente libres.

Podría repetir un relato semejante refiriendo los trabajos del matrimonio Pierre Curie y Maria Sklodowska, nacida en Polonia, más conocida como Madame Curie. El descubrimiento de un nuevo elemento como es el radio, 900 veces más radioactivo que el uranio, entrañaba asumir riesgos y desde luego, trabajo: un solo gramo de cloruro de radio exigía el tratamiento de ocho toneladas de pechblenda. Ambos obtuvieron el Nobel de Física en 1903 y, fallecido el, ella el de Química en 1911.

Ugur Sahim (55) y Özlem Türeci (53), un matrimonio de hijos de emigrantes turcos en Alemania, se conocieron estudiando medicina en Colonia. El padre de Ugur trabajaba en la Ford; el de Özlem era cirujano. Luego coincidirían en el Hospital Universitario Saarland en Hamburgo para terminar en el de Mainz. En 2008 crearon la empresa Bio Tech, vital para que Pfizer pudiese comercializar con éxito la vacuna contra la COVID 19. En clara competición con otras iniciativas europeas, inglesas, norteamericanas, rusas o chinas, a día de hoy en ninguna ha presidido el bien de la humanidad como en los Roentgen, sino el valor de las acciones de las empresas farmacéuticas. El matrimonio turco –al que no se le puede negar su compromiso científico- es hoy uno de los más ricos de Alemania y el valor de sus acciones en noviembre de 2020 se estimaba en 17.700 millones de euros. El propio CEO de Pfizer, Albert Bourla, un veterinario de origen griego, ha puesto a la venta parte de sus propias acciones en la farmacéutica por una cantidad también desorbitada.

¿Qué pasa ahora? Como nos recuerda Francisco Marhuenda «la Europa de los mercaderes ha negociado con las farmacéuticas con el patetismo, lentitud y cicatería habituales». Más dura es nuestra corresponsal en Bruselas Mirentxu Arroqui, cuando enmarca la guerra sin cuartel entre la Comisión Europea y el laboratorio Astra Zeneca, otro involucrado en el suministro de vacunas, «entre la tragedia y el vodevil»:

- vodevil ante el juego de fechas de firma de los contratos que el Premier inglés aprovecha para presumir de Brexit al adelantarse a la UE en meses, cuando se duda de la honestidad de las farmacéuticas, incluso mirando a Moscú, más preocupadas por la ley de la oferta y la demanda que por la ética;

- tragedia, porque estas demoras entrañan la muerte de miles de seres humanos.

¡Tanta distancia entre la ética de los Roentgen y la de los Sahim!

¡Así nos va!