Independentismo

Cataluña, ante un peligroso problema

Como consecuencia del apoyo parlamentario que sostiene al gobierno Sánchez-Iglesias, Cataluña ha emprendido el camino adecuado para ser una Albania del Mediterráneo Occidental.

Es complicado comprender la cuestión catalana actual, sin tener en cuenta que es fruto de un conjunto amplísimo de causas. En primer lugar, no se pueden entender las reacciones surgidas en Cataluña, sin tener en cuenta el choque positivo que su economía acabó experimentando, como consecuencia de la apertura extraordinaria de Barcelona al comercio con América en 1776, durante el reinado de Carlos III, que acabó culminando con un fuerte enlace con Cuba y Filipinas, y que se hundiría en 1898, generando pérdidas empresariales notables que se exigirían compensar.

Por otro lado, como destacó Figuerola, el carlismo tuvo un arraigo muy fuerte y, tras el convenio de Vergara, el exiliado pretendiente carlista señaló, en la Revue des Deux Mondes, que era la posibilidad de que surgiesen en España, bajo una corona común, realidades económicopolíticas dispares.

Mas, el gran golpe vino determinado por la difusión de la teoría de los costes comparativos de Ricardo, defendida en España por los liberales y librecambistas, unidos a la masonería, con lo que la amenaza a la industria existente en Cataluña se unía al carlismo.

Pero existió, popularmente, otra unión. La derivada del avance literario del romanticismo. A partir de ahí, se inicia una presión política en la que destaca Buenaventura Carles Aribau, quien puede calificarse, con su Oda a la Patria –escrita en catalán–, como el iniciador del movimiento de la Renaixença. Pero además, Aribau vivía intensamente la vida económica, al hallarse al frente de la casa de banca del Marqués de Remisa. Pugés señala que Aribau se encontraba identificado con las tesis de la industria catalana, y hacía su propaganda en la prensa. Aribau, en la última etapa de su vida, en la época final del reinado de Isabel II, fue Director General de Aduanas y, a partir de ahí, surge robusto el enlace del proteccionismo y de la Reinaxença, que culmina aceptándose por el conjunto de España, con motivo de la visita a Barcelona de la Reina Regente María Cristina, en 1888, presidiendo la reacción romántica de los Jocs Florals, respaldada por el proteccionista –lo fue siempre– Menéndez Pelayo.

Desde entonces, el desarrollo de las ideas favorables al proteccionismo se amplía y con fuerza a partir de la catástrofe de 1898. Surge una política económica exigida por el mundo industrial catalán, que había nacido a partir de las tensiones derivadas por el triunfo de la Revolución de 1868. Figuerola, al que a su muerte se le consideraría traidor a Cataluña, intentándose arrojar su cadáver al mar, comienza a implantar el librecambismo en España, y, como reacción, el 8 de marzo de 1869, nace el Fomento de la Producción Nacional, con Bosch y Labrús al frente, y Güell y Ferrer de Presidente. En ese ambiente, Prim declararía a una comisión de industriales catalanes: «Sacrificaré mi posición y hasta los intereses políticos que represento en el gobierno, antes de permitir que la industria de mi país sea sacrificada al capricho de una escuela».

La superación intentada por Cánovas del Castillo de las raíces del carlismo crea la base para vincular la Restauración con los anteriores planteamientos industriales de Cataluña, dentro de una búsqueda de aproximación a la política alemana encabezada por su admirado Bismarck. La unificación imperial alemana, tras la victoria sobre Francia en 1870, se basaba en lo que Hischman bautizó con el nombre de pacto del acero y del centeno. Esto es, Prusia aceptaba que el acero y otros productos industriales de Renania estuviesen protegidos, dentro del modelo económico Germano-estadounidense de Federico List y Carey, a cambio de que el centeno prusiano tuviese garantizado el mercado, y también que existiesen refuerzos arancelarios de Renania y Baviera. Esta línea, acompañada de una búsqueda de facilidades en el terreno fiscal, iniciaron la carrera catalanista, de modo importante, de Cambó y de la trasformación de la Lliga, triunfante por primera vez en el choque con Alba, desarrollado en España tras la I Guerra Mundial. La derrota de Alba y la alianza con Maura crearon la base para generar, con Cambó, una nueva realidad arancelaria y crediticia en España.

Pero existió otro elemento. El crecimiento, con todos esos apoyos de la industria, provocó una inmigración obrera en Cataluña, que, como señalaba Vandellós, demográficamente era un «poble decadent», y esta llegada generó, muy en primer lugar, el desarrollo de un violento anarquismo, y complementos numerosos que aceptaban cualquier tipo de segregación política, porque asumían lo divulgado en Cataluña de que «¡España nos roba!». Esa frase pasó a tener un respaldo reciente con el análisis que Trías Fargas efectuó de las balanzas fiscales existentes en España. Por supuesto que tales argumentos fueron liquidados, primero por Perpiñá Grau y más recientemente por economistas de la escuela de Fuentes Quintana. Y todo lo señalado, con tan variadas raíces, se ha consolidado como consecuencia del apoyo parlamentario que sostiene al gobierno Sánchez-Iglesias. Por ahí, Cataluña ha emprendido el camino adecuado para ser una Albania del Mediterráneo Occidental. Esperemos que, en las elecciones del próximo domingo, esta situación caótica, derivada de tan variadísimas raíces, perciba un horizonte de cambio radical, que sería simultáneamente bueno para el desarrollo económico de Cataluña y, automáticamente, para el conjunto de España.