Tribunales

Cómo gestionar a Bárcenas

Ahora la Justicia debe hacer que se paguen esos actos como corresponde. Y tales «pagos» judiciales tendrán su efecto político.

Hay años en los que uno no está para nada. El PP ya lleva un lustro en el que no está para gran cosa, salvo para sobrevivir. Para intentarlo. En las elecciones de 2015 perdió un tercio de los escaños que le habían dado la mayoría absoluta en 2011. Respiró mejor en las elecciones de 2016, pero la moción de censura de 2018 sacó a los populares del poder y las dos elecciones de 2019 dejaron al partido en poco más que las raspas. El cambio generacional era condición necesaria, pero aún no ha sido suficiente para que el PP levante cabeza.

Es común considerar que la pérdida del poder –en este caso, vía moción de censura y con dos derrotas electorales posteriores– es la forma democrática de asumir las responsabilidades políticas por los errores –y por los desmanes– que se hayan cometido desde el gobierno. Pero eso no sustituye a los procedimientos judiciales, que llevan su tiempo y que en España pueden durar décadas.

Este lunes 8 de febrero empezará otro juicio que pondrá al PP en la diana –una vez más– y cuya investigación tiene un larguísimo recorrido: la utilización de la caja B del partido para pagar las obras de su sede en la calle Génova. Luis Bárcenas se ha ofrecido como tenor para interpretar las óperas que sean necesarias, con el objetivo –dice que ahora sí– de que se conozca la verdad. ¿Dará también los detalles de cómo recolectó sus más de 40 millones de euros en Suiza?

El PP tiene pocas opciones de salir ileso de ese juicio que va a iniciarse a solo seis días de las elecciones catalanas, en las que la máxima aspiración de los populares es poco más que evitar convertirse en partido extraparlamentario y, si la suerte les sonríe, quedar por delante de Vox.

En paralelo, empezarán las sesiones de la comisión parlamentaria que investigará el caso Kitchen. Durará meses y será una interesante sucesión de comparecencias que, previsiblemente, servirán para cocer al PP a fuego lento. En su día se hará un ranking de cuál ha sido la más dañina de esas comparecencias y se puede dar por seguro que habrá muchas candidatas.

Nada de esto ayudará al PP a enderezar su senda. El partido se empezó a desviar de la rectitud cuando aparecieron y se multiplicaron los casos de corrupción. Pablo Casado intenta apartar de sí ese cáliz recordando que es un recién llegado –a la presidencia del partido, sí; a la dirección del partido, no–. Habla del asunto lo menos posible y lanza a sus segundos espadas a lidiar con las astas de este toro, en el intento de no manchar su traje de luces.

Quizá pueda aprender en cabeza ajena. Pedro Sánchez supo salir limpio del caso ERE porque ni estaba en Andalucía ni era el líder del PSOE cuando se produjeron los hechos (igual que ahora Casado). De la misma manera, Sánchez ha conseguido que se normalicen su coalición con Podemos y sus pactos con Esquerra y Bildu. Por el contrario, Casado sufre la presión de sus rivales porque el PP necesita a Vox para sostener desde fuera varios gobiernos autonómicos y municipales, aunque ningún compañero de Santiago Abascal ocupe cargo alguno en esos gobiernos. Pablo Iglesias ha perdido votos y escaños en cada cita electoral desde 2015 y ahora, con su peor resultado, es vicepresidente y dispone de cinco ministerios. Sus causas judiciales, lejos de dañar su imagen, movilizan a sus bases guerrilleras en el acoso a jueces y periodistas. Que Laura Borrás esté siendo investigada por el Tribunal Supremo es el mérito que ha convertido a esta diputada en cabeza de una lista electoral patrocinada por el prófugo Puigdemont. Que Salvador Illa sea el gestor de la pandemia –tal y como está la pandemia– es según el chef de los afamados fogones del CIS el motivo de que lidere sus sondeos. Que un condenado por sedición como Oriol Junqueras haga campaña por Esquerra es un activo para su partido y no su perdición.

A los socios del PSOE les va bien, y Pedro Sánchez siempre gana. Al PP le va mal y tiende a la derrota porque sus hechos sí tienen consecuencias, como debe ser. Como debería ser en todos los casos. Lo que presuntamente hizo el PP está prohibido por la ley. Ahora la Justicia debe hacer que se paguen esos actos como corresponde. Y tales «pagos» judiciales tendrán su efecto político. Gestionar ese efecto es tarea compleja, y es el trabajo que Casado tiene por delante. Es, de hecho, el trabajo que ya le ha ocupado mucho tiempo en sus más de dos años al frente del partido y que, a la vista de la situación, no ha sido tan contundente como debiera. Distanciarse del pasado requiere actos aún más categóricos.