Política

La venganza de Don Bárcenas

Para los escritores clásicos la venganza no pasa de ser un acto de cobardía

Dice don Pedro Muñoz Seca en «La venganza de don Mendo»: «Para asaltar torreones, / cuatro Quiñones son pocos, / ¡hacen falta más Quiñones!». Me parece que esto puede aplicarse, sin forzar mucho las cosas, a la venganza de don Bárcenas, tan aireada estos días por los telediarios y la prensa gubernamental porque se le atribuye la dudosa capacidad de asaltar los renovados torreones del Partido Popular. Parece que no. Lo único que hace es revolver la manta en víspera de las elecciones catalanas y dar carrete a los adversarios políticos. Para los escritores clásicos la venganza no pasa de ser un acto de cobardía.

Es verdad que la venganza es dulce cuando nace del pecho airado, pero acostumbra a traer malas consecuencias. Deja un sabor amargo y persistente en el alma. Eso es lo que suele pasar. Se vuelve contra el que la ejerce como una fiera de compañía. En el caso que nos ocupa, el despecho alegra sobre todo a la fiscal del Estado y al presidente del Gobierno que la colocó ahí por estrictas razones políticas; pero difícilmente contribuirá a la Justicia. Hace tiempo que nada es ya fiable en esta farsa. La venganza de don Bárcenas no pasa de ser un arrebato, una búsqueda de Justicia salvaje. Y ya cansa tanta explotación interesada, tantas filtraciones, tantas contradicciones y tantas idas y venidas. Llevamos ocho años exhibiendo y dando vueltas a los «papeles de Bárcenas», ese manoseado y sospechoso cuadernillo escrito a mano con letra garrapateada, que suele reaparecer cuando hay elecciones a la vista.

En la venganza de don Bárcenas, el desenlace de la trama tiene un toque tiernamente humano: el antiguo tesorero del PP, en la trena para largo, no soporta que su amada esposa haya entrado también en la cárcel. Asegura que antiguos dirigentes del partido se habían comprometido a impedirlo y no lo han hecho. Despechado, el amante marido herido rompe el compromiso de silencio. Si, de paso, la colaboración con la Justicia aligerara su condena, librara a su mujer de los barrotes y metiera en un compromiso a Mariano Rajoy y a sus viejos compañeros, que figuran confusamente en el manoseado cuadernillo con iniciales y letra garrapateada, ya podría morir en paz. Puede estar seguro de que nadie reparará, como advierte Kundera, las injusticias que se cometieron, pero todas las injusticias políticas serán olvidadas.