Sociedad

Anormal

En lugares como España, donde hoy se normaliza la anormalidad a velocidad supersónica, resulta cada día más complicado distinguir, no la verdad de la mentira, sino la normalidad de la anormalidad

La anormalidad es lo raro, lo disfuncional. En el campo de la psicología, los profesionales siempre se andan con mucho cuidado a la hora de definir a una persona, o una conducta, como “anormal”. Porque resulta verdaderamente difícil concretar cuáles son los modelos de psicopatología. Publio Terencio Africano diría que “nada de lo humano me es ajeno”, y quizás podríamos parafrasearlo sugiriendo que casi todo lo ajeno es en el fondo humano. La cultura y el tiempo logran que eso que antaño parecía anormal hoy sea visto como consuetudinario, y viceversa. Además, el futuro aguarda, repleto de grandes sorpresas, para transformar nuestro concepto de norma. Sin embargo, en política, y teniendo en cuenta la experiencia de la historia, sí es posible afirmar que asistimos al nacimiento, desarrollo y consolidación de auténticas anormalidades que dejarían estupefacto incluso a Wolfgang Blankenburg. Verbigracia, es muy anormal que un partido político utilice fondos obtenidos mediante contratos sospechosos con elementos foráneos para promocionar a miembros de organizaciones políticas extranjeras hasta convertirlos en figuras de primer orden dentro del escalafón administrativo y ejecutivo en países latinoamericanos, o dentro de la estructura de un viejo país ineficiente (algo así como España entre dos guerras civiles). Resulta anormal que se constituyan organizaciones políticas que formen parte de estructuras internacionales que operan mediante una red global que extrae recursos de fondos que, en teoría, están destinados a organizaciones populares de países en vías de desarrollo, pero que terminan desarrollando los ensanchados bolsillos de dirigentes que chillan su indignación proclamando luchar por los desfavorecidos mientras los desfavorecen escandalosamente pero se benefician a sí mismos discretamente. Es anormal en una democracia que existan infiltrados a sueldo de otros países que pretendan desestabilizar y quebrar esa democracia. No es normal pasar del cordón sanitario político a la soga sanitaria… Etc. Pero en lugares como España, donde hoy se normaliza la anormalidad a velocidad supersónica, resulta cada día más complicado distinguir, no la verdad de la mentira, sino la normalidad de la anormalidad. Y en realidad ya todo empieza a valer menos que un pimiento. A pesar de que no tenemos inflación.