Música

Pamplinas

Días pandémicos, de fondos europeos que anuncian pero no llegan. Tardes de periódicos obsesionados con el disco de uno con chándal rojo, un Madrileño.

Vivimos tiempos delirantes. Como siempre, vamos. Pero con abundancia de selfies para que nadie olvide lo insustanciales y ampulosos que somos. Días pandémicos, de fondos europeos que anuncian pero no llegan. Tardes de periódicos obsesionados con el disco de uno con chándal rojo, un Madrileño. Uno que conoce el manual y las referencias, los materiales y los guiños, de Silvio y Sacramento a Fangoria, de la propia Rosalía a Pájaro y etc. Pero que canta como Alvin y los Chipmunks. Que escribe unas letras sonrojantes. Y que le da al dichoso autotune hasta lograr que acabes cual Travis Bickle delante del espejo espejito y con el Smith & Wesson 500 listo para inaugurar la noche y las morgues. Uno que canta como un mimosín de cinco años y escribe unos textos de caca culo pedo pis. Algo así como la versión infantil de un pésimo imitador de Albert Pla cruzado con los Morancos y producido por Gloria Estefan después de escuchar en bucle el Despacito de Luis Fonsi y llegar a la conclusión de que es lo mejor que le ha pasado a la música desde Elvis Presley. Uno que, mira por dónde, multiplica su presencia en los diarios mientras grupos del calibre de Guadalupe Plata o solistas como Juan Perro, María Rodés o Rubén Pozo publican discos deslumbrantes. Discos esenciales a los que por supuesto dedicamos una fracción del espacio y los aplausos debidos a la penúltima monada fake, al penúltimo rollo del marketing. Mientras genios, y no uso esta palabra de forma superficial o gratuita, genios como Ana Fernández-Villaverde, quizá la mejor compositora española de la última década, escribe unas canciones a la altura de lo mejor firmado por Stuart Murdoch (Belle and Sebastian), Manuel Alejandro, Carlos Berlanga y Jarvis Cocker (Pulp) y el público no sabe y no contesta porque no le dedican portadas ni abre los telediarios, dedicados en cambio a vender un pop entre el trap y los ecos cañís mal asumidos y peor aprovechados. Vivimos días extraños, y lo mínimo que podíamos hacer, por nosotros, por nuestros hijos, por las ballenas y la capa de ozono, es no darle lengüetazos al tetra brick ni promocionar tristes pamplinas.