Opinión
El cuaderno de Chapu Apaolaza: Balada del que nunca fue a Dubai
Viajar para vacunarse, qué cosa tan sucia, dicen algunos, pero si la gente va a la Habana a buscar el amor, que me digan por qué no iban a ir a buscar los anticuerpos.
Mi cabeza cana, los años perdidos. Quiero hallar los viejos, borrados caminos. Nunca vi Dubai. Alberti nunca había estado en Granada y yo nunca he estado en los Emiratos Árabes Unidos, sus palmeras, sus obreros asiáticos de la construcción, su kandora, su burkini y su vacuna. Ah, Dubai, váteres de oro, largas avenidas y aire acondicionado en el centro comercial. Allá se fue el Rey Emérito y las infantas y se pincharon la vacuna China. Yo quiero que me pongan: la china, la rusa y la de Oxford. Parecerán mis células uno de esos mostradores de Fitur donde la gente iba para que le dieran folletos, llaveros de pendrive de ocho gigas y ceniceros con forma de helado que se pinchaban en la arena de la playa cuando aún había playa y no este infinito mar de muertos y de soledad.
Poco se habla de lo que debe apretar en la frente la guthra emiratí, pero con todo, en Dubai tienen ideas y para reactivar la llegada de viajeros han inventado el turismo de vacunas. Tres semanas de vacaciones y vuelves inmortal. Parece un buen plan se ‘emire’ por donde se ‘emire’. En Cuba también ofrecen vacaciones y la Soberana 2, que tiene nombre de vaquilla de las fiestas de verano de un pueblo de Zaragoza. En España no podemos ofrecer vacunas a los turistas, pero les podemos dar una pegatina del Gobierno de España, un rosco 2030 para la solapa y una réplica de la tinaja de la piscina de la zarzuelita de Galapagar.
Viajar para vacunarse, qué cosa tan sucia, dicen algunos, pero si la gente va a la Habana a buscar el amor, que me digan por qué no iban a ir a buscar los anticuerpos. Digo que nunca fui a Dubai. Iré a Dubai cuando toque. Tampoco fui a Cuba, menos aún a yacer, pero en los últimos lagos del monte Kenia donde no alcanza el oxígeno para fumarse siquiera un pitillo, soñé con el cielo de África -que es la inmortalidad-, y pesqué con mosca media docena de unas truchas que había sembrado mi amigo Phil Mathews. Hace años que al padre de Phil lo atacó un rinoceronte y, cuando lo recogió del suelo con el muslo abierto como una Biblia, le susurró con un hilo de voz que le habían puesto una inyección de 40 centímetros de afrodisíaco; mucho mejor la de Sinovac, dónde va a parar.
Dicen que a las infantas les han puesto la vacuna como a Franco le ponían los salmones. Parecía evidente que la gente se iba a enfadar; la cuestión es saber por qué se enfadan concretamente. Si le hago el PCR al mosqueo real, me da negativo. Las infantas no se han saltado la cola de España, que es España misma, una cola donde la gente se grita “¡No colarse!” Yo no veo el cuele al asunto. En realidad, no se saltan un turno porque el turno es para las vacunas de este país y su lista de espera en la que ya son dos menos, mira por dónde. Ya hay dos inmunizadas más en España, pero en España está mal visto todo lo que no sirva de outfit para este valle de lágrimas. El dinero es mal, y también vivir. Quiero decir que el hecho de que las infantas se hayan vacunado no va a retrasar el pinchazo suyo o mío; al contrario. Si fueran a Dubai, mis españolitos de Caín se pondrían la china, la moderna y la que hiciera falta. Nunca estuve en Dubai, pero me apuntaría encantado a que me pusieran la vacuna del Covid y, de regalo, la de esta envidia que tengo.
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