Economía

Economía del aburrimiento

El aburrimiento produce monstruos, pero un exceso de consumismo nos puede convertir en monstruos

Desde pequeño me he desenvuelto mejor en el mundo de la imaginación que en el real. Particularidad que posiblemente acentuó la imagen de niño raro que los demás guardaban del chaval que todavía era. Lo cierto es que mantenía mayores complicidades con los corsarios de Salgari y otros tigres de Mompracem que con los piratas que encontraba en el patio del recreo. En el universo de Mafalda me sentía más cerca de Felipe que de Manolito y sus contabilidades de mostrador. Una deriva que ya dejaba entrever una acentuada querencia por los asuntos inútiles más que por el pragmatismo, al que todavía no he encontrado demasiadas utilidades más allá de lo práctico. Así me va, claro. Probablemente, la culpa fue de cierta didáctica familiar. Cada vez que alguien mascullaba un «me aburro» se le contestaba «ese es tu problema». Respuesta de la que salías despeinado y con la impresión de valer menos que el algodón de azúcar.

Heredé de esas tardes sin entretenimiento ni pagas una querencia a perderme por los meandros de la fantasía. Asunto que no arregló demasiado leer a Ibáñez y leer una adaptación de Miguel Strogoff. Esa propensión a extraviarme por los distintos celajes de la fantasía me salvó del tedio de las clases de matemáticas, pero la realidad es que también me valió más de un cate. Solía convencerme a menudo de que cada vez que ese profesor empezaba a hablar de fracciones, la impresión que teníamos en clase era la de subir por la pendiente del Everest. Una excusa, por cierto, que nunca aceptaron en casa.

El aburrimiento pobló mi cabeza de fantasías y cuando no las encontraba, me empujaba a buscar esos reinos por otra parte. Solo de mayor he comprendido lo importante que es tumbarse a la bartola y no hacer nada. Aunque resulte de antemano paradójico, no existe nada más fructífero. Muchos padres llenan las agendas de sus hijos con tareas sin reparar que lo mejor que pueden hacer por ellos es que se aburran y aprendan a componérselas como puedan. Solo de esa manera el cerebro es capaz de exudar esa extraña sustancia que convierte el sillón del salón en el Halcón Milenario.

Hay muchas personas hoy en día que sienten miedo ante la posibilidad de enfrentarse a una tarde sin planes. La solución que han encontrado es ir de compras por internet. Más que un remedio es una tendencia. Los economistas la han bautizado «economía del aburrimiento» y da mucha pasta, lo que indica es que hay bastante gente sin saber qué hacer con la vida. Antes, esto del aburrimiento hacía que uno se asomara a un territorio fértil en posibilidades oníricas, pero ahora empuja a bastantes a tirar de tarjeta bancaria. El «shopping» ha sustituido los delirios que genera una cabeza desocupada con la galería de productos que ofrece Amazon. Pocos han recapacitado en un asunto: el aburrimiento produce monstruos, pero un exceso de consumismo nos puede convertir en monstruos.