8-M

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El 8M se ha convertido en algo conflictivo, irascible, áspero y amargo

He dudado. «¿Escribo un artículo sobre el 8 M, Día Internacional de la Mujer Trabajadora?»… Por cierto: «mujer trabajadora» es una redundancia, como podrán certificar incluso las mujeres desempleadas, que son muchas, por desgracia. «¿Por qué hacerlo? No te metas en más líos. Hay temas que conllevan demasiados peligros en estos tiempos oscuros», he recapacitado. Luego, me he puesto a recordar. Toda mi vida consciente he celebrado, de una manera u otra, el 8M. Cuando era adolescente no estaban de moda las performances callejeras, pero escribía trabajos escolares sobre las grandes mujeres de la historia (sigo haciéndolo). De adulta, y hasta hace poco, cada 8M me declaraba en huelga «de bolígrafo caído», y no trabajaba. Pasaba el día leyendo, iba a la manifestación, me reía con las amigas. ¡El 8M era una fiesta! Para mí, una causa justa que merecía ser recordada, celebrada. Pero, de un tiempo a esta parte –no solo por la pandemia–, el 8M se ha convertido en algo conflictivo, irascible, áspero y amargo. Distintas corrientes de feminismos han colisionado en enfrentamientos tan duros, fanáticos e intemperantes que llegan a producir rechazo, cuando no lástima. La tolerancia y la convivencia han desaparecido entre escuelas de reflexión confrontadas. Ahora existe una lucha a muerte por la supremacía: por la propiedad del feminismo. Porque de eso se trata, de apoderarse del feminismo como capital político que, además, tiene una traducción social –legal– inmediata, dando forma así a la mentalidad colectiva… Tengo una amiga que, por ser feminista con ciertas ideas, sufre insultos, amenazas e incluso agresiones por partidarias de otra facción, que la consideran una enemiga a batir. ¡A exterminar! Conozco a mujeres que han sido acosadas, humilladas, regadas con orines, escupidas en manifestaciones. Sé de hombres que eran feministas (a su manera, consciente y respetuosa) y que hoy reniegan del feminismo, al que tachan de «fanatismo fundamentalista», del que se sienten víctimas y por el que están iniciando un camino hacia duras posturas machistas reaccionarias… «Sí», concluí, «las cosas han cambiado. Este año, además, Franco ha prohibido las manifestaciones (¡qué ironía!). No merece la pena escribir sobre el 8M».