España

La magia de las margaritas

Supo entonces que existe un tercer tipo de personas, casi siempre niños

El mago era admirador de Juan Tamarit y además piloto y padre de dos hijas como princesas. Distinguir a las personas no es empresa fácil, pero, gracias al ilusionismo, sabía que las hay como niños, que se entregan pacíficamente a los sueños, y otras que le buscan tres pies al gato y se empeñan en descubrir el truco y dejar al mago como un pobre imbécil, tan ayuno como boxeador sonado o trapecista cojo. Pensaba que es un poco triste esto de levantar el telón y dejar al otro con el culo al aire, pero no se atrevía a decírselo a esas personas. Le faltaba un tercer tipo humano e iba a descubrirlo en el Hospital del Niño Jesús, al que acudió de visita en 2002, para agradecer a la vida lo bien que lo trataba y hacer creer por un instante a los niños con cáncer que es oro todo lo que reluce. Fue con los naipes de flor en flor y de cama en cama, cosechando risas diminutas y aplausos pequeños y, en una de las habitaciones, con un cuenco en la mano para vomitar si se terciaba, encontró a la cría que jugó con él a «Agua y aceite», que es un trampantojo infinito de baraja americana, donde elijas lo que elijas y barajes como barajes, siempre aparecen finalmente las cartas por series de colores, rojas y negras, ordenadas como soldados. «Otra vez, otra vez», la cría se alborotaba y borboteaba de entusiasmo y movía la bacinilla y se estrellaba con risas contra la tozudez de los naipes, el rojo y el negro, siempre como agua y aceite. Salió por fin del cuarto y, en el pasillo, la madre le pidió que volviese otro día, «se ha divertido tanto»... «Estaba muy atenta», corroboró el mago. «Es que mi hija no ve ¿sabe? Se ha quedado ciega por la quimio». Fernando Martín Sanz supo entonces que existe un tercer tipo de personas, casi siempre niños, y, desde entonces, procura buscarlas entre las demás, contento de hallar cada una de ellas, como margaritas silenciosas en un campo de margaritas aparentemente idénticas.