Política
Elogio de la incoherencia
No somos siempre «animales racionales», claro es, y los gobiernos a veces parecen grandes disparates
¿Tienen razón los anarquistas despreciando las leyes? El sistema legal hoy se demuestra especialmente contradictorio, sobre todo con las normativas elaboradas por nuestros desgobiernos. Absurdo es palabra que pulula por nuestras mentes dejando gran rastro de enojo, en cuanto vemos la lógica de unas legislaciones chocando con otras. Nada nuevo; sucede en todas las naciones. Muchas leyes se elaboran en una época que colisiona con las sucesivas, o se engendran en unas regiones que cuando se llevan a otras no se adaptan. Habitamos «ecosistemas legales» híbridos donde unas directrices devoran a otras, como tigres de Bengala cerca de un rebaño de ovejas en La Mancha que don Quijote en otros tiempos paseara, de haber sido realidad. Normas o leyes son invenciones, ideas, que dominan, a menudo convencen y vencen las realidades.
Pero si miramos unos ejemplos, observaremos mil y una incompatibilidades, incluso acostumbrados a la incoherencia administrativa o política. Un jubilado se olvida la mascarilla cuando va a ir a una cafetería próxima a su morada para desayunar. No le dejan entrar, aunque luego, pasado el umbral, solo unos centímetros más allá, todos desenmascarados están y el virus parece que ya no hace mal. Tiene que volver a por ella a casa, «claro está». En la ópera o el teatro se dejan asientos libres para que los ocupe el vacío y no los maléficos coronavirus; pero en el metro «no están». Prohibido caminar solitario sin bozal, aunque nadie haya cerca, pero en la terraza de la taberna desnudamos el rostro, abrazándonos. No podemos ir de una región a otra, pero sí pueden venir del África o del Brasil por miles trayendo la variedad vírica que allí han producido, sin apenas controlar...
Para manifestarse el día de la mujer, por miles, parece que no hay virus, como tampoco parecía que lo hubiese el año pasado. Luego vino el confinamiento, la prisión domiciliaria, de todos los españoles, por aquellos excesos que, junto a partidos de fútbol, discotecas, etc., propagaron el covid ignorando la italiana experiencia. Se proclama sin cesar la igualdad entre sexos ante la ley, pero no hay presunción de inocencia para los varones y el macho inocente puede ser encarcelado. Igualdad supuesta que no se da en la realidad que sufren las mujeres; aunque las cuotas pueden otorgar un puesto importante y dirigente a quien no esté preparada. La igualdad legal y las incoherencias nos llevarían a escribir varios libros, como la libertad: podemos pensar en los aforados, en nuestros gobernantes cuando tejen leyes que luego burlan de modo harto impertinente. ¡Cuánto más cuando vemos a miembros del gobierno defender a quienes agreden a su policía o destruyen las regiones del país que dirigen, en nombre de «humanitarios ideales»!
La incoherencia alcanza a quien gobierna y a quien desgobierna: los independentistas catalanes esgrimen el derecho de autodeterminación para sus regiones, pero no aceptarían que algunas zonas pudieran independizarse de una Cataluña independiente, continuando unidas a España, como Barcelona o Tarragona (Tabarnia libre). Y si una aldea de Lérida (decir Lleida es otra incoherencia si hablamos castellano; tampoco decimos London sino Londres...) decidiera quedarse con Aragón, ¿dejarían que se quedase allí o no?
Algunos «defensores de la libertad» entre los catalanes, incluyendo la de expresión, arrojaban vallas, piedras y huevos a los miembros de un partido político opuesto, Vox, cuya voz no permitían asomar. Los demás partidos evitaron condenar esa violencia: la incoherencia lleva a que solo importe la propia canción, la del otro no.
Esto sin contar con la corrupción política: los despropósitos de nuestros supuestos representantes, moralmente o, mejor dicho, inmoralmente, donde el comunista vive en una zona de lujo como un burgués mientras predica lo contrario de lo que hace... Podríamos escribir una enciclopedia incoherente, ¡sí y a la vez no!
Decía Aristóteles que el principio de no contradicción era insoslayable. Aunque a veces podamos saltarlo por la intuición, sin embargo, consideramos importante que haya cierta coherencia en valores y acciones; cierta congruencia parece el modo más sensato y lo más acorde con criterios racionales. Quien dice una cosa y su contraria nos lleva a menudo a destruir no solo el diálogo sino el rumbo, como quien anda un camino para luego desandarlo. Parece incluso estúpido. La vida cotidiana repudia la inconsecuencia, salvo al saltar por encima de nuestra lógica, como la mirada mística que se acerca a la divina, contemplando el Todo.
En el mundo anglosajón, la filosofía analítica se concentra a menudo en el criterio de coherencia, como si fuera clave para dictaminar dónde hay falsedades. ¡Cuántas no hemos de hallar en nuestras sociedades!
La discordancia con uno mismo parece contraria a la personalidad que admiramos, ética. Esquizofrenias o vidas incoherentes no resultan ejemplares, pese a la complejidad de existencias excepcionales. No somos siempre «animales racionales», claro es, y los gobiernos a veces parecen grandes disparates.
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