Pablo Iglesias
La frontera azul
Sea cual sea la motivación de su vocación hacia el hara-kiri, queda claro que su estilismo, por muy novedoso que le pueda parecer a él, no es nada que no se haya hecho antes.
Cada vez que veo a Pablo Iglesias lanzándose a la campaña madrileña con su nuevo “look” de la última temporada (consistente en dos pendientes y moñito) no puedo evitar acordarme de una serie televisiva japonesa de los 70 titulada “La frontera azul”. Para que la puedan situar adecuadamente, les pondré en antecedentes: Franco hacía poco que había muerto, era el final de la década de los 70 y estaban de moda las películas de artes marciales orientales. Como TVE quería ser moderna, compró esa serie, ambientada en el Japón medieval de Samuráis y Geishas y la emitía los domingos. Todos los protagonistas llevaban moñito, pendientes, quimono y una katana, que es esa espada japonesa que tiene la punta como un destornillador plano. La serie era francamente incomprensible en su soporífero conjunto, pero de ella se desprendía con bastante claridad que, al parecer, los samuráis eran unos tipos matoncillos e irascibles, que se lanzaban miradas ceñudas y terribles entre ellos y que levantaban la voz por un quítame allá estas pajas.
Lejos de mi intención, por supuesto, querer dar a entender que el ex-vicepresidente se ajuste a ese perfil psicológico de señor de la guerra del sol naciente. Al menos, hasta la fecha, no se le ha visto rondando el congreso de diputados con una katana entre manos. Pero sí que es cierto que sus últimos pasos hacen pensar en que preferiría hacerse el hara-kiri ante Díaz Ayuso que verse despedido y humillado por Pedro Sánchez. Sus modos y maneras remiten inevitablemente, o bien a una enorme vanidad de samurái, o bien a un orgullo puntilloso. Sea cual sea la motivación de su vocación hacia el hara-kiri, queda claro que su estilismo, por muy novedoso que le pueda parecer a él, no es nada que no se haya hecho antes. Debería ver más películas de karatecas de los setenta y se daría cuenta de que lo que está proponiendo no es más que retrofuturismo de pantalón de campana.
Ese quizá haya sido el problema de la tan cacareada nueva política. Que estaba practicando retrofuturismo pensando que lo que hacía era innovación. Y todo acabará en los habituales Kamikazes.
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