Pablo Iglesias
Un peligro
La obsesión que tiene de un tiempo a esta parte por lo que llama “poderes mediáticos” está entrando ya en el territorio de lo patológico.
Cuando un partido político no tiene nada que ofrecer a su electorado se dedica a ningunear o provocar al adversario. Cuando ese adversario es la prensa que no le resulta afín, además de mostrar esa carencia de ideas, revela que tampoco tiene escrúpulos. Si además no establece diferencias entre la prensa crítica, es que ni tiene ideas, ni tiene escrúpulos, ni sabe por dónde le sopla el viento.
Es muy simpático y revelador ese vídeo electoral difundido por Podemos en el que aparecen encamados periodistas tan dispares como Jiménez Losantos o García Ferreras. Simpático, porque es como de chiste, y revelador, en tanto muestra con evidencia incontestable que lo que le molesta es que le critiquen, sea quien sea y venga la crítica de donde venga, en un cóctel de churras y merinas que denota insolvencia intelectual y poco respeto por el público.
Hace ya tiempo que Pablo Iglesias y su compañía de funambulistas iletrados -e iletradas- demostró que maneja muy mal la disidencia y desconoce por completo la autocrítica. Pero la obsesión que tiene de un tiempo a esta parte por lo que llama “poderes mediáticos” está entrando ya en el territorio de lo patológico. Es incapaz de distinguir matices, por eso habla de la prensa como de un poder conjunto y unitario, cosa que es falsa y él debería saberlo, puesto que a los medios debe su carrera.
Iglesias nace para la cosa pública como tertuliano en la Sexta. De no ser por esa condición lo más probable es que jamás hubiéramos sabido de la existencia pública de este mediocre profesor universitario al que el poder aburre porque obliga a trabajar.
A estas alturas debería haber aprendido no sólo que no existe un único poder mediático sólido, oscuro y maloliente, sino que en España se da una realidad incómoda para cualquier poder político, denominada pluralismo en los medios. No todos son iguales ni actúan de la misma forma ante la misma realidad. Ni los análisis de unos y otros coinciden casi nunca. Pero Iglesias, para mantener su tesis necesita meter a todos en un mismo saco. Y es entonces cuando desnuda sus vergüenzas, cuando su osadía -secundada para su desgracia por el resto de un partido cesarista y postdemocrático- le revela como un patológico ignorante, incapaz de diferenciar los estímulos cuando estos son negativos. La crítica es el mal. Y de dónde venga y con qué intención da lo mismo.
Iglesias, que le dijo a una de las periodistas señaladas en el video acusador, que irse a vivir a un chalet lejos de la gente era una práctica política que alejaba de la realidad; Iglesias, que pidió en una conversación filtrada en su día que le dieran a él los telediarios y los demás administraran lo que quisieran; Iglesias, que se ha postrado en púbico partidario de normalizar el insulto en una democracia anormal como según él es la nuestra, se ha convertido en un lamentable reverso de sí mismo, porque se va a vivir fuera, dice que le atacan los telediarios y cuando se refieren a él sin botafumeiro se revela como el gato acosado y sin salida que está demostrando ser.
Es un peligro, un peligro cierto y real, un tipo de político sin el menor escrúpulo que solventa la diferencia con la purga, porque la falta de ideas le imposibilita para la discusión y gestiona la crítica señalando a quien la ejerce como criminal a eliminar.
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