Unión Europea

Economía y separatismo

Escocia permaneció, hasta ahora, con un montaje político dispar de Inglaterra, pero económicamente vinculado.

En estos momentos, como consecuencia de los problemas económicos que se alzarán en torno al Reino Unido y el resto de la Unión Europea, derivados del Brexit, se han originado una serie de movimientos políticos extraordinarios. Una demostración de ello la encontramos en el titular de la portada de The Economist (17 de abril, 2021), con un juego de letras realmente alusivo al impacto que este acontecimiento genera. En vez de United Kingdom, se titula, exactamente con los mismos caracteres, Untied Kingdom. Observamos que tiene alguna razón este importante semanario económico, para hacer ese juego de letras, al encontrarnos con que, en el conjunto de las Islas Británicas, el fenómeno que había comenzado –sobre todo a partir de la I Guerra Mundial, de separación de Irlanda–, se ha generalizado.

Posteriormente, se crearon dos realidades diferentes: una, radicalmente independiente, que llega hasta ahora mismo y que está vinculada a la Unión Europea; y otra, que permanece aún dentro del ámbito británico. En cuanto al comercio de Londres, retrasó mucho su incorporación al conjunto comunitario, pero acabó haciéndolo, aunque sabemos que la libra esterlina continuó su vida ajena al euro. Pero he aquí que se separa por el Brexit de la UE, y eso genera un problema arancelario complicadísimo, dentro del ámbito de la Isla de Irlanda; esa tensión no deja de crecer y tiene consecuencias complicadísimas por lo que se refiere al mar, sus áreas de control, las posibilidades de pesca que, desde el punto de vista económico, provocaron la creación en de barreras arancelarias.

Además, ha tomado más fuerza el caso de Escocia. El que, a través de la Corona, Escocia e Inglaterra se hubiesen enlazado en una sola entidad política, se debió, en gran medida, a motivos económicos. Basta recordar los planteamientos sobre la base del triunfo en la Revolución Industrial, y la conveniencia de desaparecer, entre Inglaterra y Escocia, las fronteras económicas señalados por el fronterizo Adam Smith (y los grandes economistas clásicos). Escocia permaneció, hasta ahora, con un montaje político dispar de Inglaterra, pero económicamente vinculado. Mas, el mercado escocés resulta favorecido, como le ocurre al irlandés, por la Unión Europea; y la población, como ha mostrado en un reciente referéndum, no quiere separarse de ese ámbito comunitario. Para lograrlo, no ve otra solución que una radical independencia.

No olvidemos, también, la cuestión de Gales, que históricamente está unida al inicio de la Revolución Industrial, a causa del tema del carbón, que fue base fundamental para aquel desarrollo impresionante que el mundo británico tuvo en el siglo XIX.

Esa nueva realidad sirve para comprobar el peso que tiene el deseo de vinculación a mercados amplios, y que crea lo que parece un separatismo, pero que, en realidad, es un deseo de permanecer en la UE, y que obliga a alterar situaciones previas, no solo de política económica, sino también de política general.

Lo vemos con claridad desde la perspectiva de España. En el siglo XIX, dejando aparte herencias derivadas de la Guerra carlista, así como de la llegada de ideas románticas, en España surgieron con fuerza dos áreas separatistas, la vascongada y la catalana. Ésta se debió a la lucha contra el librecambismo, que podría arruinar a una creciente actividad industrial, capitaneada por instituciones situadas en Barcelona, tan importantes como el Fomento del Trabajo Nacional. El enlace de esta realidad proteccionista concretada en el famoso duelo de Barcelona y Madrid, acabó teniendo una solución, a partir de las medidas arancelarias de Cánovas del Catillo. Ese camino se amplió de modo continuo hasta su culminación, cuando Cambó, en un gobierno Maura, fue Ministro de Hacienda; y a partir de ahí, esa línea –con apoyos doctrinales que se consideraban perfectos, de Gual Villalbí–, perduró hasta la combinación de Ullastres y Per Jacobson, y el ingreso en el mundo comunitario, abriendo nuestras fronteras. Pero había quedado, en la búsqueda de ventajas especiales, una tesis: la de «España nos roba». Era otro argumento económico que se ligaba fraternalmente con ideas del romanticismo. Sin embargo, la admisión de algo tan erróneo, como había demostrado Perpiñá Grau, se encontró aliviado por las condiciones nacidas de la UE, y logradas en la negociación del Gobierno de Madrid. Asombrosamente, se ignora que si esa separación se produjese con que España, sin necesidad de más aliados, vetase la incorporación a la UE de Cataluña, ésta no se produciría y su ruina económica seria colosal. Y digamos lo mismo, tras la apoteosis fiscal arancelaria y monopolística creada por Sota y el PNV; amparada por Cánovas del Castillo para liquidar definitivamente la Guerra Carlista.

Juan Velarde Fuertes es economista y catedrático