Política

¿Fin de ciclo?

La empresa demanda la lucha permanente contra la mentira

La jornada del 4 de mayo despertó la esperanza en una derecha adormecida hasta poco antes. Esa noche, a caballo de la ilusión y del miedo o de ambas cosas a la vez, se anunciaba la victoria llamativa de una parte de los madrileños y la derrota aplastante de la otra. Tras una etapa de disparates asombrosos que parecía no tener fin, por parte de un gobierno indecente, asomaba la posibilidad de un cambio en la política española. Fue un día especial el de esos comicios, arropados por la participación de casi todos; incluso la de los muertos despreciados por los responsables de gestionar la crisis sanitaria, económica y social, de recorrido demasiado trágico.

Los lemas de la campaña invitaban a la respuesta visceral. ¡Comunismo o libertad! ¡Fascismo o democracia! Las innovaciones técnicas parecían eliminar los espacios, reduciendo el espectro político a dos bloques, cada vez más cerrados y, de paso, detener el tiempo en los meridianos de hace un siglo o dos. A la vista de los resultados la primera disyuntiva se saldó con claridad. Aunque los problemas al respecto no han tardado en manifestarse. Pero resultaría un sarcasmo intolerable que como decía La Flaca en 1869, «la libertad se limitara a una zarzuela en tres actos, letra de Prim, Sagasta y Ruiz Zorrilla, con música del Himno de Riego»; aunque sea en formato «reggaeteon». En cuanto a la segunda proposición, la respuesta ha sido más confusa; tal vez porque la democracia predicada muestra signos de deterioro preocupantes y la patente de fascismo, repartida a conveniencia, sin ningún rigor conceptual asusta cada vez menos. Así, aunque «los demócratas somos más», yo diría que muchos más, tuvieron más votos los «fascistas» lo cual debería ser objeto de algún replanteamiento.

En cuanto al balance a título personal, ¡Vae Victis!, ocupa lugar señero el ex-casi todo. Para justificar su fracaso se despidió, en calidad de «chivo expiatorio», cual víctima propiciatoria. En parte tiene razón. Su percepción caprina es compartida por la inmensa mayoría de los españoles, aunque no en su tamaño ni en su función. Inmediatamente detrás el candidato del PSOE, al menos el anunciado en los carteles. «Soso, serio y formal» mantuvo bien lo primero. Sin embargo el resto lo perdió en pocos minutos. No respetó la advertencia de Corneille según la cual hay que tener buena memoria después de haber mentido. El último entre los caídos, el hombre de Ciudadanos, «lost in translation», apenas fue una anécdota en moto.

Otra consideración, aunque distinta entre sí, merecen Rocío Monasterio y Mónica García. La de Vox conservó el nivel anterior de su partido, poco más. No lo tenía fácil. Mayor respaldo obtuvo la candidata «multiemica» (Mónica, madre, mujer, médico y otras cuantas emes). En su papel de representante de esa especie de «podemos con gafas», aumentó su caudal con votos socialistas huidos del engaño Gabilondo. Veremos el futuro.

En los papeles estelares el gran perdedor es Sánchez, decidido a arrebatar Madrid al PP y a demostrar su liderazgo incuestionable. No obstante las encuestas, imagino que también las de Tezanos en la intimidad, le llevaron a dar pronto la espantada hacia lugares más cómodos. Un nuevo ejemplo de «valentía» a los que nos tiene ya acostumbrados. Frente al desastre no asumió, ni de lejos, el papel de progenitor «A» o «B», que le correspondía. Ya se sabe que la derrota es huérfana.

La gran vencedora (la dimensión del éxito sorprendió a la propia empresa) ha sido Isabel Díaz Ayuso. Aunque, como siempre, son muchos los que buscan arrogarse el papel de padres de la victoria. No importa que sean irremediablemente putativos, porque la única cierta es la madre, y en especial en este caso. Los días nos traerán el ajuste de los papeles familiares, pero no será cuestión menor.

La noche del 4 de mayo la derecha madrileña podía sentirse satisfecha: hemos ganado. Mientras, por el resto de España se extendía el entusiasmo. Pero, al día siguiente, había que pensar cómo seguir ganando y lo mismo al otro y al otro, … Cuatro desafíos aguardan en el camino: 1º) hacer que la libertad pase de ser una palabra operativa solo emocionalmente a superar su inoperancia real. Quien vence bajo esa bandera está obligado a hacer posible la libertad, en todas sus dimensiones positivas; de la mano de la responsabilidad. Un problema tan viejo como la política. 2º) Avanzar en el camino de la regeneración de la vida pública, mediante una gestión transparente y eficaz. Tampoco es tarea sencilla, la mujer de César no sólo debe ser honrada, sino parecerlo. 3º) Recuperar hasta donde sea posible el diálogo, la convivencia y la unidad, o lo que es lo mismo convencer con la otra mitad, o una parte de ella. 4º) Para lograr el cambio que hoy demanda la mayoría, no sólo de los madrileños sino de todos los españoles, es necesario conseguir los tres objetivos anteriores. Pero, además, esta empresa demanda la lucha permanente contra la mentira, no sólo en el debate institucional, que parece difícil, sino desde la realidad de los hechos.

Dos factores de riesgo. Uno Pedro, el otro Pablo. Ambos pertenecen a una forma de hacer política basada en el «yoismo», inadecuada para un ciclo nuevo.