Economía

Exigencia obligada treinta y cinco años después

El 1 de marzo de 1986 fue una fecha clave para España. Treinta y cinco años antes, se había abierto otro capítulo de nuestra historia, como sucedió el 12 de octubre de 1492, o el 2 de mayo de 1808. En tales ocasiones, el cambio, en todos los sentidos, para España fue radical. Y eso igualmente es lo que puede acontecer tras el momento de pertenecer plenamente al ámbito comunitario, o sea, a Europa. Pero, es preciso que Europa, justamente en estos momentos, tome conciencia de que ha de huir de los numerosos fracasos existentes respecto a otros intentos también de unificación europea. Conviene recordarlo.

Existió el Imperio romano, pero fue liquidado por la invasión de los habitantes de zonas septentrionales de Europa. Sin embargo, ese hundimiento de lo que había sido regido desde Roma intentó resucitarse con el Imperio de Carlomagno. Además, inmediatamente surgió el problema derivado de su herencia, al crearse un odio fraternal considerable entre sus hijos, Luis el Germánico y Carlos el Calvo; y el papel, en doble frontera, que pasó a tener Lotario, en la Lotaringia.

Se intentó continuamente, desde la Edad Media, restablecer el mensaje de Carlomagno. España participó en él, por ejemplo, con el intento imperial de Alfonso X el Sabio, y más adelante, con la realidad imperial de Carlos V. Pero todos estos intentos rápidamente se venían abajo, tanto por deseos concretos de los gobernantes, como por celos del Emperador con el Papado, y acabó todo ello saltando por los aires, cuando desde el siglo XVI aparecieron las guerras de religión. A comienzos del siglo XIX, se pone en marcha la Revolución Industrial, y esa situación se enlaza con un mensaje nuevo: el del romanticismo. Con él llega, en la naciente ciencia económica, el rechazo de la línea nacida de la libertad en el comercio internacional, de Ricardo, con el sueño de que era posible coordinar ese mensaje romántico, unido también con el que procedía de planteamiento religiosos explicados muy bien por Max Weber, y que podríamos centrar Federico List, quien predicó lo que en Estados Unidos y Alemania parecía ser adecuado para enriquecer a cada una de esas naciones nacidas como consecuencia de todo lo anterior: el proteccionismo.

No quiere decir esto que no existiesen tendencias imperialistas desde centros importantes de poder económico. Incluso pasaron a intentar la unificación de Europa, para beneficiarse más fuertemente de los llamados países a terceros. El primer ensayo derivado de este nacionalismo fue el de Napoleón, y culminaría en el intento basado en el nacionalsocialismo de Hitler. En España, debemos recordar la publicación –en el momento culminante de Hitler, a partir de 1940–, en el Instituto de Estudios Políticos, de un trabajo del economista José Antonio Piera. Allí señaló, certeramente, cómo todo ese proyecto europeo de Hitler era espléndido para Alemania y generador de una fuerte decadencia económica para España.

El auge de los Estados Unidos, situado en otro continente, y la expansión considerable lograda en la II Guerra Mundial de la Unión Soviética, crearon un nuevo planteamiento de choque en Europa, que coincide con la necesidad de eliminar el espíritu nacionalista romántico. Y lo llevaron a cabo dos personas de la zona de la Lotaringia: Adenauer y Schuman, ambos doctrinalmente de la misma religión, y a los que se adhirió el católico italiano De Gasperi –marginado políticamente por el espíritu hipernacionalista creado en Italia por los Cavour y Garibaldi y, popularmente, por los Amicis, y que culminaría con Mussolini–. Ese trío germano-francés-italiano encontró un complemento en los mensajes económicos del llamado «estado de bienestar», en la figura de quien había sido clave para crear la realidad denominada Benelux, Spaak.

Por eso, esos cuatro políticos comprendieron que el futuro para crear Europa exigía una sólida economía básica, y el impulso de la Ayuda Marshall vino en su auxilio. Simultáneamente, se pusieron en marcha, estimulados por él, acuerdos económicos concretos, como el del carbón y el del acero; y, al observar que el económico era el camino, surgió, a partir del Mercado Común Europeo, una realidad nueva, que además impulsaba a la economía, e íntimamente se relacionaba con los Estados Unidos, con progresos notables. Esos progresos también los buscó y encontró España a partir de la política iniciada en 1953 y que, desde entonces nos acompaña. No debe quedar sin comentario que sólo gracias a la liquidación de los nacionalismos, de proteccionismos derivados y de ideologías trasnochadas, Europa puede tener futuro. Si volvemos a incurrir en aquellos errores, la herencia de Carlomagno se vendrá abajo.