Política

Los viejos políticos

Se comparta o no su legado, verlo es asomarnos a nuestras carencias

Los expresidentes acaban siempre convirtiéndose en un símbolo, en una metáfora de sí mismos, de su gobierno o de sus desgobiernos. Felipe González, más que al Partido Socialista, lo que representa es a todo un socialismo. Hoy más que un hombre es un emblema, como el puño y la rosa. Es el último mito que le queda al PSOE y el último que hizo mitología con el PSOE. Un hombre que supo hacer Historia con la baraja menuda y cotidiana que ofrece la chaqueta de pana, las canas de la patilla o el saludo espontáneo al que invitan las ventanas del Palace, porque lo suyo fue una política oportuna y de la oportunidad, que principió en el mitin callejero y a pie de acera, y acabó cimentándose, como siempre, en los salones alfombrados para conferenciantes con pedigrí. Felipe González, FG, como lo glosaba Paco Umbral, no solo modernizó nuestra España del seiscientos con los caudales de Europa, sino que también puso al día la manera en que había que llevar los principios, los valores, que, aunque no se airee por los bares, también tienen algo de guardarropía y pose.

Hay algo dilucidador en que más de tres millones y medio de espectadores se enganchen a este hombre que surgió ideológicamente de la clandestinidad y terminó cuidando bonsáis en La Moncloa. Parece que el personal no está harto de la política y de lo político, sino que va escaso de referentes, y cuando asoma uno, aunque sea en plan jubileta, como que circula la cita por WhatsApp y la peña lo comenta. Nos encontramos así con un Felipe González, atezado de verbo y color, que no está en cargo alguno, pero que se mantiene al compás de la actualidad. Imaginarlo retirado es como pensar en una fotografía en color de Rita Hayworth: algo que raya en lo imposible. Reapareció con la contemporaneidad que da ahora grabar podcasts, que ya es más «cool» que lo de Instagram, pero sin renunciar a esa labia que hacía que lo votaran hasta sus detractores.

Andrew Roberts, el biógrafo de Churchill, me reveló en una entrevista que uno de los éxitos del primer ministro era que la gente sabía que cada palabra que mentaba era suya, acertara o errara, y erró mucho. Los políticos de ahora vienen mitrados con muchos másteres y traen consigo un séquito de asesores bien conjuntados con su estilo, pero van pelados de autenticidad, vivencias y otras varias vestiduras . El resultado es que en ideas, pronunciamientos y maneras resultan artificiales y, además. se equivocan tanto o más que los otros, que es lo peor. Los viejos políticos conservan el atractivo de un concierto en directo, y tienen esa pátina que deja la vida cuando es vivida y no se la conoce solo por el televisor. Con Felipe González, «eloquentia» y «eruditio» por medio, que ya peina primaveras, marcó distancias. Se comparta o no su legado, verlo es asomarnos a nuestras carencias.