Política
El pacificador y el barranco
«Sánchez conoce los riesgos de los indultos, pero cree que el tiempo hace olvidar todo»
Pedro Sánchez quiere ser ahora el gran «pacificador» gracias a los indultos que pretende conceder, contra casi todo, Tribunal Supremo incluido, a los condenados del «procés». El inquilino de la Moncloa, acostumbrado a salirse con la suya a pesar de las dificultades, ha ordenado sacar la artillería pesada si es necesario para convencer, sobre todo a su clientela, de la bondad de la medida de gracia. Iván Redondo, su mano derecha, no ha perdido el tiempo y ha empezado a explicar que «se necesita un liderazgo valiente». Ahora se trata de insistir, como recetaba Churchill: «Si tienes que resaltar un asunto importante, no seas sutil, ni ingenioso. Utiliza un martillo pilón». El presidente está decidido a seguir adelante con los indultos y el que Felipe González diga que él no lo haría o que Alfonso Guerra los considere «políticamente inconveniente» e incluso «un acto ilegal», no le inquieta. Tampoco la contestación interna, quizá para cuidar a sus propias parroquias, de García Page en Castilla la Mancha y de Fernández Vara en Extremadura. Y, si hace falta, hasta el propio Redondo anuncia que está dispuesto a tirarse por «un barranco» por el jefe que, como cuentan en su entorno más cercano, es el que manda y el que decide, aunque alimenta la ficción de que su protasesor es el cerebro gris. El mismo Redondo, sin que nadie le hiciera demasiado caso, lo ha dicho en más de una ocasión: «el que decide es el presidente». Sánchez conoce los riesgos que corre con los indultos, pero está convencido de que el tiempo hace olvidar todo y espera que cuando lleguen las próximas elecciones todo haya quedado diluido por la vorágine del día a día y amortiguado por los errores que pueda cometer la oposición, que quizá se precipita en su regreso a la plaza de Colón, aunque sea de la mano de Rosa Díez. Tiempo habrá. Es improbable que conozca la anécdota, pero Sánchez estaría de acuerdo con Churchill cuando le decía a lord Rosebery que «el número de errores en que se puede incurrir en política carece de importancia; lo verdaderamente importante es poder seguir cometiéndolos». El pacificador y el barranco.
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