Memoria histórica

Ese inventor del autogiro del que usted me habla

Se ha publicado que el Gobierno va a eliminar los títulos de los premios de la ciencia porque uno de ellos lleva el nombre de Juan de la Cierva, inventor del autogiro y precursor del helicóptero. Fomento –cómo fomenta– ha pedido que en aplicación de la Ley de Memoria Histórica, el aeropuerto de Murcia no se llame Juan de la Cierva por ser –dicen– franquista. Al parecer, un informe lo sitúa en los círculos rebeldes de la época y lo acusan de participar en el golpe al haber conseguido un avión para Franco por petición del general Mola. La familia asegura que son conjeturas y que De la Cierva era anglófilo, monárquico y sobre todo aviador, que consiguió el aparato sin saber para qué era y que no hubo más, pero el mecanismo de la maldición de su memoria ha comenzado y es imparable.

Se cree que para disimular el tachón del premio de investigación de De la Cierva, el Ministerio de Ciencia estaba dispuesto a borrando todos los nombres de los premios, y así no se nombrará tampoco a Menéndez Pidal, a Gregorio Marañón, ni a Ramón y Cajal; por no molestar. Al final, ha rectificado. Los egipcios tachaban con cincel las imágenes de los condenados que aparecían en los frisos y nosotros terminaremos diciendo «ese inventor del autogiro del que usted me habla». La gran paradoja de las leyes de memoria histórica consiste en que, pretendiendo que no olvidemos ciertas cosas, conseguirán que no recordemos nada.

Vivimos asediados por el temor a una ofensa constante. Ramón Fontseré me dijo el otro día que salía a la calle vestido con un traje imaginario de artificiero, preparado por si se molestara a alguien por algo que él dijera, lo que fuera que hubiera que reparar más tarde. Hasta Pedro Sánchez considera que los indultos a los políticos presos suponen una reparación, lo que implica aceptar que hubo un daño y una ofensa que ahora se repara. Se repara tanto en este país que España parece un taller mecánico.

Así, reparando, se da la circunstancia de que Ramón y Cajal ya no tendrá un premio a su nombre. Murió en 1934, así que poca conexión podría tener con el franquismo, aunque se han hecho conexiones más acrobáticas y ya estamos esperando el informe que diga que estaba dominado por un humor de perros y que en alguna ocasión, cuando por error le llamaron Don Ramón respondió iracundo: «¡Que me llamo Santiago, coño!». Que iba por ahí con su microscopio, oprimiendo, y que además le dieron el Nobel de Ciencia, lo que supone sin duda un insulto para los que no recibieron tal galardón y quizás lo merecían, y puede ser interpretado como un alegato en favor de la violencia y de las cosas que explotan, si se tiene en cuenta que Alfred Nobel inventó la dinamita mezclando la nitroglicerina con tierra de diatomeas, por no decir que además fue empresario y blanco. Que no se diga más el nombre de Nobel, ni el de los premios Nobel, no sea que alguien lo recuerde y pueda sentir que de alguna manera se están blanqueando los explosivos. A partir de ahora, habría que referirse al asunto mediante giros elípticos e irreprochables del estilo de «¿sabes que le han concedido eso a ese?», y así no se ofenderá a nadie. Don Santiago Ramón y Cajal –en adelante «ese aragonés– descubrió las neuronas. La protesta consiste en no usarlas.