Indulto

Maduran ya las uvas de la ira

«La indecencia de este asunto consiste en que Sánchez ha prometido el indulto a cambio de los votos separatistas»

El ochenta por ciento de los líderes políticos hostiles al indulto han embestido la muleta tendida desde Moncloa, precipitándose en la discusión sobre sus ventajas o inconvenientes. Sánchez ha conseguido que se debata acerca de la utilidad política de conceder la gracia, que se hable de la concordia y la conciliación, de la magnanimidad y la revancha, del diálogo que exige la crisis catalana.

Y no. La indignidad y la indecencia de este asunto consiste en que Pedro Sánchez ha prometido el indulto a cambio de los votos separatistas, primero en favor de su investidura y después para aprobar los Presupuestos Generales del Estado. El presidente ni cree ni ha creído nunca en la eficacia y las bondades del indulto a los secesionistas. Es un farsante y ha estado siempre en el do ut des: tú me das tus votos en el Congreso de los Diputados y yo te concedo los indultos que anhelas. No se trata de un debate sobre concordia y revancha, reiterado hasta la náusea por los medios afines al sanchismo. Se trata de una felonía perpetrada por Pedro Sánchez para permanecer en la silla curul del palacio de la Moncloa.

Si la pandemia no nos hubiera azotado, habrían acudido a Colón medio millón de ciudadanas y ciudadanos para dejar claro que el presidente del Gobierno, por un plato de lentejas, está dispuesto a comprometer la unidad de España. El pueblo, al decir de Unamuno, sabe mejor lo que no quiere que lo que quiere. Y la inmensa mayoría de la ciudadanía se manifiesta contra el indulto a unos políticos encarcelados por sedición, tras un juicio ejemplar. Si el presidente fuera capaz de refrigerar su pensamiento, se habría dado cuenta de que están madurando ya las uvas de la ira contra su política andrajosa.

Tras el éxito de la manifestación del domingo, Pedro Sánchez ha movido los alfiles que le inciensan desde su invencible inclinación al ronzal, elogiando sin pudor la sagacidad y la prudencia presidenciales. Pero, como escribió el clásico, «ese aplauso imprudente dado a ejemplo escandaloso, quita el temor al ocioso y la venda al inocente».