Tomás Gómez
Y con Ábalos, ¿qué pasa?
Pedro Sánchez lo ha conseguido, la cirugía invasiva que ha practicado en el gobierno ha eclipsado, al menos por unos días, el protagonismo de los indultos y del independentismo catalán.
Sin embargo, lo que no queda claro es el saldo neto para la imagen del propio Sánchez. Un perfil de hombre frío, sin afectos ni agradecimientos hacia quienes le devolvieron a la vida política después de su defenestración en el comité federal que le obligó a marcharse, no es precisamente el tipo de líder por el que se vayan a movilizar otros dirigentes o las masas lleguen a empatizar. Sin embargo, en su afán por justificar las decisiones, a Sánchez se le suele ir la frenada.
Tal es el caso de los rumores que se han difundido desde Moncloa y Ferraz acerca del cese fulminante de José Luis Ábalos con el que, parece ser, estuvo pergeñando los últimos días los detalles de la remodelación de gobierno excepto, evidentemente, en la parte que le tocaba al propio Ábalos, de la que tuvo noticia el mismo sábado en que se hizo público.
Desde el entorno de Sánchez el rumor que se repite y afecta a la honorabilidad de Ábalos deja entrever que existen ciertas informaciones del ámbito policial y judicial. El argumento es demoledor para el ex ministro, que ha sido tratado como un apestado en la despedida, que destacó precisamente por la ausencia de altos cargos.
Pero hay una cuestión que no termina de encajar de ese cuento, a no ser que el presidente del gobierno tenga acceso a pesquisas policiales y judiciales antes que el resto de ciudadanos y, no solo disponga de una información reservada sino que la esté utilizando en su beneficio político, poniendo cortafuegos antes del incendio.
La otra opción que explicaría los rumores es que sea la manera más antigua de desacreditar en política: difunde mentiras que alguna queda.
Si bien Ábalos tuvo un velatorio solitario, el bautizo de Félix Bolaños estuvo adornado con la presencia de todos los que siguen atentamente el dedo pulgar de Sánchez.
Quién le iba decir hace tan solo unos años, al flamante ministro de presidencia, que llegaría al gobierno de España. Un hombre casi siempre vestido de gris para no llamar la atención en las tinieblas, perteneciente al pequeño ejercito de José Cepeda, un clásico del socialismo madrileño.
El nombramiento de Bolaños ha sido aplaudido por el grueso de la corte imperial, pero también ha retorcido algunas vísceras, como las de Rafael Simancas que, por ser de menor talla no son menos sensibles.
De hecho, desde su entorno, no alcanzan a entender porqué al soldado más dispuesto a desatascar tuberías y abrir cerraduras no le toca nunca un cargo con el que pueda impresionar a los suyos.
Bolaños ha tenido nombramiento y Simancas no porque, si bien ambos hacen encargos de cosas que el líder necesita y no todos están dispuestos, el primero ha aprendido a hacerlos sin mancharse las manos con el interior de las tuberías.
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