Economía
En España ¿estamos sin concordia y ello frena nuestra economía?
«La pobreza fue el fruto de esa pérdida de concordia entre los españoles, a causa de los planteamientos políticos»
El mensaje básico de la Transición fue la búsqueda de la concordia para, desde ella, iniciar otro proceso de la historia española. Esto es lo que se encontraba, ya, en el testamento de Franco y culminó en el colosal trabajo de los elaboradores de la Constitución de 1978. Pero he aquí que Rodríguez Zapatero, con la Ley de la Memoria Histórica, hundió la cordialidad existente a través de mil caminos y, de pronto, logró que en España volviesen a surgir las tensiones durísimas, en el terreno político, que habían existido, como algo habitual, desde el paso del siglo XVIII al siglo XIX. Por eso, creo que se debe llamar la atención sobre un espléndido trabajo, leído el pasado 22 de junio, del académico de número, Fernando Suárez González, en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, titulado «Reflexiones sobre la concordia». Y en esta notable aportación, Fernando Suárez nos amplió lo sucedido en el ámbito político español, a partir de 1808, momento en el cual desaparece todo acercamiento a la concordia, entre poderosos grupos políticos españoles, que incluso obligaron a que, como consecuencia, apareciese el proceso de emigración de políticos e intelectuales. Recordemos, en ese sentido, la prioridad de los afrancesados, quienes se habían solidarizado políticamente con José Bonaparte, creyendo que era el rey adecuado para España. Pero, de modo inmediato, y tras la Constitución de Cádiz, surgió el choque continuo entre absolutistas y liberales.
Desde esa raíz y tras la muerte de Fernando VII, se va a iniciar la guerra civil, que recibe el nombre de Guerra Carlista, entre quienes aceptaron que una niña, Isabel II, fuese reina, y los que querían el trono para el hermano de Fernando VII, con el título de Carlos V. La guerra carlista se complicó, aún más, con planteamientos derivados de todo tipo en el bando que logró controlar el Gobierno de España. Basta con señalar, por sus consecuencias psicológicas, el bombardeo de Barcelona por Espartero, y no digamos la súper división de España con el cantonalismo que nació en la I República.
No logró superar esto la Restauración borbónica, porque, prácticamente a continuación, surgieron planteamientos derivados de la difusión de ideas impulsoras de revoluciones sociales, nacidas fuera de España, pero atraídas por multitud de españoles, como nos señaló, eruditamente, el profesor Estapé.
Pero todo ello, tuvo también unas consecuencias económicas muy notables. En el año de 1800, el PIB por habitante de España y el del Reino Unido eran prácticamente similares; pero ya en 1913, el de España era la mitad del británico; y, tras las conmociones que condujeron a 1950, esta magnitud andaba ya sólo por la tercera parte del británico. La pobreza fue el fruto de esa pérdida de concordia entre los españoles, a causa de los planteamientos políticos.
Conviene, en este sentido, tener en cuenta la existencia de una obra fundamental para entender cuestiones clave económicas nacidas a partir de la acción empresarial, la de Paul Samuelson, «Fundamentos del análisis económico», en donde, en el capítulo VIII, Economía del Bienestar, a partir de un cierto debate con Marshall, señala el papel de las deseconomías externas. Y esas deseconomías externas son precisamente las que en España surgen en el momento en que la concordia se esfuma. Léase, como complemento de lo que señalo, lo que indica también Samuelson en su «Curso de economía moderna» en el apartado «Los costes decrecientes y la desaparición de la competencia perfecta». De esta forma, desde la economía se explica lo costoso que resulta liquidar la concordia. De modo efectivo, históricamente, eso había sido lo sucedido en España, como señala Fernando Suárez y, también, lo intentado rectificar en la etapa de la Transición, cuando pareció que el objetivo político fundamental tenía que ser lo que tituló Laín Entralgo en su libro «Reconciliar España», (2010). Mas, al llegar a la Presidencia del Gobierno Rodríguez Zapatero, todo se alteró radicalmente, y continúa alterado.
No es lo más importante hablar del progreso económico, pero sí merece la pena. El mensaje de Fernando Suárez llega, por eso, en un momento oportunísimo, sobre todo porque denuncia que puede aparecer «una nueva Ley de memoria democrática que vuelva a traer al terreno político las encarnizadas pugnas que dividieron a nuestros predecesores y que nuestra generación logró, al menos durante un largo período, asumir y superar». Esto es lo que intentó la generación del 39; que no haya sido en balde. Fernando Suárez, aunque ligeramente más joven, se erige como un claro heredero de ella.
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