Unión Europea

Hungría vs Europa

«No me extraña que la ley húngara cause urticaria en países donde gobiernan los que dicen que los padres no son ’'dueños’' de los hijos»

Crece la tensión de la Unión Europea con Hungría. Hace ya unos años escribí que algunas previsiones de su Constitución de 2011, en cuanto al control del poder y el equilibrio de poderes, no acababan de cumplir los estándares que un país debe cumplir para tenerlo como democrático. Pero resaltaba la hipocresía de las criticas que venían de la Unión Europea. Si el medidor de una democracia es que no exista lo que se denunciaba de esa Constitución, el error húngaro fue deslizarse con poca astucia hacia el autoritarismo: otros hacen lo mismo, pero cubriendo las apariencias: España, por ejemplo.

Aquí en 1985 se inició el control político de la Justicia y ahora, en apenas un mes, vemos cómo el gobierno desautoriza al Supremo: no hace justicia sino venganza; al de Cuentas: es una piedra en el camino y ningunea al Constitucional: sus sentencias son meras elucubraciones doctrinales y añádase –así lo declaran sus miembros– que ha intentado presionarlo. Socialismo en estado puro, siempre fiel a su historia, a su ADN. Y Europa callada.

Pero ahora me fijo en otro aspecto. Hungría proclama en su Constitución las raíces cristianas de Europa, que la vida humana comienza con la concepción, habla de la familia natural y que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer. Un texto herético para la Unión Europea y así en el Parlamento Europeo socialistas y liberales lo atacaron junto, cómo no, al cortejo de lobbies homosexuales, feministas y abortistas. Por aquellos días toda la prensa se hizo eco del terrible enfado del pensamiento único y los calificativos que se dirigieron a la Constitución húngara fueron los esperables: ultraconservadora, fascistoide, antidemocrática, etc.

La historia vuelve a repetirse. El Parlamento Europeo ha aprobado – «por abrumadora mayoría», según las crónicas– una resolución condenando «en los términos más enérgicos posibles» a la ley húngara que, según la prensa de aquí, prohíbe cualquier representación de la homosexualidad en las escuelas y en los programas de televisión, publicidad o cualquier plataforma accesible a los menores de 18 años. Señala el Parlamento Europeo que la ley húngara avanza en el odio hacia la comunidad LGTBI y supone «una violación manifiesta de los valores, principios y el derecho de la Unión». Y tras la condena, la amenaza: de no doblegarse perderá las ayudas europeas para la recuperación; es más, ya ha abierto expediente de infracción contra Hungría por persecución al colectivo LGTBI.

La ministra de Justicia húngara, Judit Varga, ha expuesto cuánta falsedad hay en esas acusaciones. Explica que el objetivo de la ley es la protección de los niños ante toda agresión al margen de la tendencia sexual del agresor, por lo que no discrimina, o que busca protegerlos para que no accedan a contenidos que contradigan los principios educativos inculcados por sus padres; añade que al llegar a la mayoría de edad ellos elegirán lo que crean oportuno, pero hasta ese momento se respetará el derecho de los padres a decidir sobre la educación sexual de sus hijos; tampoco impide hablar en la escuela de esos temas, sí que se promuevan o fomenten en la escuela los intereses ideológicos LGTBI.

Defiende la ministra que tal planteamiento es coherente con la normativa europea que ampara el derecho de los padres a la educación de sus hijos según sus convicciones religiosas, filosóficas y pedagógicas. En todo caso la ley húngara –añade– no se aplica a la vida, la identidad sexual o las prácticas de los mayores de 18 años, ni a la forma en que desean expresarse o presentarse públicamente y su orientación sexual está amparadas constitucionalmente.

No me extraña que la ley húngara cause urticaria en países donde gobiernan los que dicen que los padres no son «dueños» de los hijos, sino el Estado, los que quieren hacer obligatoria la educación sexual según los cánones LGTBI o que buscan ahogar a los colegios privados rebeldes hacia la ideología de género. Ahí Europa calla porque desde la hipocresía de unos, la cobardía de otros o la estulticia de otros más, esos gobiernos que imponen el pensamiento único no son el problema: el problema son los húngaros. Pero, bien mirado, el problema lo tienen, más bien, el resto de los europeos.