Opinión

Sánchez o el triunfo de los guapos

España es un país muy frentista en el terreno político, donde la descalificación es la moneda corriente

El término guapo o guapa acaba teniendo, muchas veces, un injusto componente negativo o despectivo. Hay que partir de la base de que nadie llega a la presidencia del gobierno sin tener cualidades por encima de la media. España es un país muy frentista en el terreno político, donde la descalificación es la moneda corriente. Por ello, los candidatos que han alcanzado la presidencia han recibido críticas injustas. Es algo que siempre me ha parecido un desprecio a los votantes y una expresión de soberbia por parte de aquellos que las realizan. Por ello, recuerdo la figura de Adolfo Suárez que las sufrió de sus adversarios, pero también de algunos compañeros que se sentaban en el consejo de ministros. En cierta ocasión le pregunte por qué había dimitido y me contestó que estaba cansado porque todos los miembros de la ejecutiva de UCD se consideraban con mayores méritos para ejercer la presidencia. La realidad es que ninguno lo lograría salvo Calvo-Sotelo, aunque sin pasar por las urnas. Con el paso del tiempo, la figura de Suárez es respetada y valorada.

Era un político guapo, si se me permite la expresión, como le sucedía a Felipe González. Es divertido recordar los gritos que se escuchaban de algunas mujeres en sus mítines. Kennedy y el mito del moderno Camelot es otro ejemplo, pero la lista es interminable. En los tiempos de la televisión y las redes sociales, la imagen sigue siendo muy importante. El propio Zapatero tenía un indudable atractivo y se destacaba el color de sus ojos. No se puede decir que el actual líder de la oposición, Pablo Casado, este exento de caracteres físicos que le favorecen a lo que se une ese aire de persona bondadosa incluso cuando arremete contra su rival. Ninguno puede ser considerado, salvo para periodistas obcecados o fanáticos seguidores de sus rivales, como políticos que no estén dotados de capacidades suficientes para ejercer la presidencia del gobierno. Estas críticas es algo que une a los inquilinos que han ocupado La Moncloa, porque todos han sido minusvalorados y luego han conseguido complacer a sus votantes durante un periodo de su mandato hasta que, finalmente, el desgaste del cargo les ha conducido a la derrota de su partido. Ninguno ha sido capaz de lograr el relevo dentro de su propia formación.