Pedro Sánchez
El Presidente y la calle
Ni siquiera en Calvarrasa pudo relajarse. Mientras departía en el bar con los suyos, se le acercó un hombre del pueblo y le soltó a la cara: «¿Es usted Pedro, el mentiroso?».
La calle no es de nadie. La calle es de todos. Es el lugar de encuentro y de paso, pero, sobre todo, es el símbolo de la libertad. No deja de ser una anomalía que en España el presidente del Gobierno tenga dificultades para salir a la calle. Ni siquiera en tiempo de vacaciones le resulta posible y grato a Pedro Sánchez darse una vuelta, como cualquier hijo de vecino, por el paseo marítimo, contemplar el mar al atardecer y pararse a tomar una cerveza en un chiringuito concurrido y bullicioso. No se trata de la cautela a que obliga la seguridad ni siquiera la normal servidumbre del poder. Se debe al rechazo popular que este dirigente político sufre en todas partes. Las reacciones más airadas se deben, sin duda, a una minoría disconforme y radical, pero los actos de repudio se repiten en los distintos lugares que visita y parecen reacciones espontáneas de la gente. Nunca, que se recuerde, un presidente constitucional había sufrido en España semejante repudio público, tan sistemático.
No es extraño que Sánchez rehúya la calle. El hecho tiene una indudable significación política. Observemos tres escenas recientes. La primera tiene lugar en una famosa avenida de Nueva York durante su último viaje a Estados Unidos. Rodeado del pequeño grupo de sus colaboradores, camina relajado y parece un hombre feliz. Seguramente porque allí no lo conoce nadie y nadie le abuchea. Esa es la interpretación maliciosa de un importante diplomático español. La segunda escena sucede en la Plaza Mayor de Salamanca con motivo de la Conferencia de presidentes de las Comunidades. Pedro Sánchez es abucheado al llegar por un grupo de personas, que aplauden al Rey y a la presidenta de Madrid. La tercera se desarrolla en Calvarrasa de Arriba, un pueblo salmantino de seiscientos habitantes, con alcalde socialista. Un lugar seguro, con dominio de los partidarios, donde podría, por fin, pasear libremente por la calle, acercarse al bar y recibir la afectuosa acogida de los vecinos para compensar lo de la Plaza Mayor de Salamanca y, de paso, ¡demostrar su interés por el mundo rural! Pues ni siquiera en Calvarrasa pudo relajarse. Mientras departía en el bar con los suyos, se le acercó un hombre del pueblo y le soltó a la cara: «¿Es usted Pedro, el mentiroso?». Si el presidente Sánchez vive metido en una burbuja y ha perdido la calle, ¿qué le queda?
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