Felipe VI

Canela Fina | La voluntad general libremente expresada

«En el mundo existen Monarquías y Repúblicas que resultan abominables y Monarquías y Repúblicas que son admirables»

Si el lector de LA RAZÓN me preguntara qué prefiero la República de Finlandia o la Monarquía de Kuwait, contestaré que la República finlandesa. Pero si yo le pregunto qué prefiere la Monarquía sueca o la República de Corea del Norte, la Monarquía danesa o la República de Pinochet, la respuesta respaldaría sin duda a los regímenes de Suecia o Dinamarca.

Lo que importa de verdad en el siglo XXI no es la forma de Estado sino la aceptación de que la soberanía nacional reside en el pueblo y que es el pueblo el que, a través de la voluntad general libremente expresada, hace las leyes. Y nadie puede negar seriamente que, entre las naciones políticamente más libres del mundo, socialmente más justas, económicamente más desarrolladas, culturalmente más progresistas, se encuentran las Monarquías democráticas: Suecia Dinamarca, Noruega, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Gran Bretaña, Canadá, España…

Por eso, un referéndum Monarquía o República a palo seco es una sandez. Depende de qué Monarquía, de qué República. En el mundo existen Monarquías y Repúblicas abominables; y Monarquías y Repúblicas admirables. Tras la dictadura atroz de Franco, la Monarquía parlamentaria devolvió al pueblo español la soberanía nacional secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor de la guerra incivil. Y, convertida en plataforma neutral para que sobre ella se solucionen los problemas de España, ha presidido medio siglo de paz, de libertad, de prosperidad y de respeto a los derechos humanos. Don Juan defendió desde el exilio, contra la dictadura de Franco, la Monarquía parlamentaria; Don Juan Carlos la encarnó, convirtiendo su reinado en uno de los cuatro grandes de la Historia de España junto a los de Carlos I, Felipe II y Carlos III; Don Felipe le ha dado continuidad y sosiego con una política institucional que se caracteriza por la prudencia y el buen sentido.

Todos los sistemas tienen defectos, también problemas. Lo que exige la ciencia política es desechar la manipulación y hacer balance de los aspectos positivos y negativos. Ese balance en España, como en el resto de las Monarquías europeas, resulta abrumadoramente positivo y nadie que mantenga los pies sobre la realidad puede negarlo.