Familia

Herencia

Reposamos sobre una capa de sedimentos casi inapreciables, que nos constituyen y perpetúan

Se me ha quedado en las sienes la presión de unos dedos temblorosos, que me ajustaron un improvisado sombrero de papel marrón de envolver paquetes. «¡Ajajá!», decía para sí mismo con satisfacción mi abuelo Faustino y me enviaba al sol del jardín, junto a una parra cuajada de uvas polvorientas y una palmera rala, que mi padre incendió de niño. También me resta en el labio cierto regusto de la guindilla con la que me amenazaba mi abuela Pilar. «¡Te doy guindilla, si vuelves a decir palabrotas!» No creo que me la diese nunca, pero aún me sabe. Por la parte alemana, recuerdo la pausada bicicleta del abuelo Klaus, cargando en una malla colgada del manillar varias botellas de zumo de manzana. «Lo que beben estos españoles –decía para sí– todo el rato acarreando», porque es verdad que en Hamburgo apenas beben, y no lo hacen en absoluto en las comidas. De la abuela Käte me viene la piedra pómez en el baño y un peine amarillo jaspeado en blanco, tejido de hermosas canas de nieve. También las tazas de colores con que agasajaba en el café y un rastrillo que me dejaba para peinar los flecos de la alfombra del salón. Qué suaves me quedaban.

Se ha inventado el papa Francisco una jornada de los abuelos y todavía no me explico cómo se ha tardado tanto en instaurarla. La celebramos la semana pasada, en el día de San Joaquín y Santa Ana. Hay días mundiales de casi todo, desde la risa a la apendicitis, pero nadie se había acordado de ellos. Por debajo de los pensamientos y las destrezas, de la carrera laboral o los quehaceres, cada uno reposamos sobre una capa de sedimentos casi inapreciables, que nos constituyen y perpetúan. Es el sustrato penúltimo antes del adn y está hecho de gestos al desgaire, exclamaciones íntimas, arrebatos y detalles. En el viraje hacia la vejez, me pregunto si pervivirán en mis nietos. Si ellos doblarán así los gorros de papel o enderezarán de ese modo las bicicletas cargadas. Si no habrá una herencia inconsútil que se transmita por generaciones hasta marcar una estirpe indeleble.