Política

Capuchas

La capucha es un blasón que puede desencadenar una auténtica guerra de opinión

Oh, qué país más fascinante y entretenido tenemos, señoras, señoros y señorías. Y luego quiero yo exiliarme… El muchacho que vive en Malasaña y puso una denuncia falsa por agresión homófoba, bastante tiene ya, pues según confesión propia (esta vez sincera, parece) no encuentra tierra que se lo trague, como a él le gustaría, para poder ocultarse de las consecuencias devastadoras de su torpe e inmadura acción. La juventud baila, ya tú sabes. A pesar de su metedura de nalga, el pobre chaval entiende (dicho sea sin ironía), intuye una verdad de nuestro tiempo: que las capuchas son banderas. Aunque no sepa que a veces las banderas son capuchas. Él contó un relato verosímil (pero no verdadero) donde supuestamente le habían agredido el fascismo y sus mariachis. Perdón, sus mariachis no: sus mamarrachis. Dijo que sus imaginarios agresores iban encapuchados, un cuadro inaudito con los febriles centígrados que nos atorran. Si hubiese dicho «enmascarados» lo hubiésemos creído. Porque quien no lleva mascarilla quirúrgica en un portal de vecindad se expone a que la ciudadana del 5º A le arroje una bacinilla como método higienizante anti negacionistas covidianos. Pero no. Dijo «capuchas». Como los atacantes de las pelis de terror para adolescentes. Como los terroristas, y malos en general. Pues el mal tiende a ocultarse tras una máscara. Si el mal –y, sobre todo, los malos– estuvieran tan convencidos de que el suyo es el camino correcto no se esconderían como lo hacen, no adoptarían un disfraz, una careta, para convencer, para atacar, para devorar a sus víctimas. Se encubren porque sus intenciones no son de fiar. Los malos tienen malas intenciones, obviamente (¡no iban a ser buenas!). Este pobre semipúber, que debe ser un chico fantasioso, protagonista involuntario de una crisis ideológica nacional de más calado de lo que parece, únicamente ha sido víctima de sí mismo y vio las mismas capuchas que probablemente también adornan sus fantasías íntimas, sin darse cuenta de que la capucha en nuestros tiempos es un blasón que puede desencadenar una auténtica guerra de opinión. Y que las contiendas siempre dejan muertos. En este caso, muchos muertos de vergüenza.