Opinión

Adopte un columnista

Lo cierto es que la opinión es el camino más directo al aislamiento, después del alcoholismo, la hiperdrosis o el asesinato serial…

¿Y cómo es el columnista? ¿es un todólogo? ¿un sabio? ¿un fanático? ¿cómo es que tienen criterio, inspiración para pronunciarse públicamente acerca de todo? ¿son narcisos? ¿son unos redomados imbéciles? ¿unos brasas? ¿qué han hecho para estar ahí, cobrando?

Mi querida Lucía Etxebarría dice que este trabajo “está increíblemente mal pagado para la cantidad de amigos que pierdes”… Y ¿cuánto vale un amigo? _pienso y me contesto_ eso depende, rascándome la coronilla… Soto Ivars dice socarronamente que los columnistas somos como los andaluces, según los prejuicios de los nacionalistas catalanes: “que no damos un palo al agua pero somos la mar de simpáticos”.

Lo cierto es que la opinión es el camino más directo al aislamiento, después del alcoholismo, la hiperhidrosis o el asesinato serial… No se rían que no bromeo. Tengo muchos conocidos, gente, a priori, instruida y con sentido del humor, con la que no se puede tocar la política o la religión, por ejemplo. Digo a priori porque una persona inteligente, moderadamente formada y segura de sí misma no necesita estar de acuerdo con el otro para respetarle ya que no se siente vulnerado por las opiniones ajenas (ni siquiera cuando estas son groseras).

Sin embargo, en este templo a la indignación, en nuestra sociedad de egos fragilísimos y sentimientos de algodón, las diferencias de opinión son mal recibidas y peor llevadas y normalmente suscitan una lastimera escalada de acción-reacción, entre el delirio de persecución (me ofenden, me atacan, me agreden, si piensan diferente) y la embestida en presencia, o no, de aquel que tiene un parecer divergente.

Un profesional de la salud mental diría que la mayoría de estas agresiones (y agresividades) son desplazamientos (y es que la vida es tremenda y es para hacer 100.000 desplazamientos... ¡No digo que no!) Pero cuidado, queridos, con la rabia, que la rabia es mentirosa y nunca procede de donde uno cree sino de otro paraje mucho más oscuro.

La vida es dura y eso sólo lo puede negar un obtuso o un loco (suertudos), pero hay que aprender a mirar hacia adentro, conocerse e intentar canalizar esa ira_que ni se crea ni se destruye_ en la cama, en el gimnasio o en los negocios...

Esto lo digo sin ponerme flamenca, ¿eh?, que después de algún que otro linchamiento, ya tengo descontadas todas las contingencias del destino, excepto perder las gafas.

Verán, hoy no se es nadie sin, al menos, un linchamiento como Dios manda entre nuestros activos. No obstante, deberíamos abrir un sindicato (o una cena de vez en cuando); Beatriz Miranda no se explica cómo no hay mayor camaradería, corporativismo, apoyo, colegueo e incluso amistad entre las mujeres columnistas, como sí que hay de eso entre los varones, y tiene toda la razón.

En serio… vivir un linchamiento digital (y social) es una gracia destinada a muy pocos, un privilegio que sienta estupendamente, otorga responsabilidad, cintura, perspectiva, y lo que es más importante, adelgaza.

Mi padre fue un estudiante de medicina brillante y cuenta que acudía a los exámenes, tranquilísimo, dispuesto a examinar él a sus profesores, a ver qué gilipollez le iban a preguntar...

Lo cierto es que la columna nos sirve a los que escribimos para conocerles a ustedes; para saber quiénes son, cada uno, con respecto a nuestra pobre persona y, lo mejor, con respecto al mundo.

Hace 4 años, antes de que comenzara de opinadora, llenaba mi casa con dos whassaps, y montaba la reunión más heterogénea sin esfuerzo… Digo heterogénea porque siempre he disfrutado frecuentado personas de toda catadura política, económica, social y moral; y las he juntado, abriéndoles mi intimidad y mi corazón. La mayoría de ellas ya no pertenecen a mi círculo cercano (vamos, que no me tragan) y no me lamento en absoluto porque no me importa demasiado lo que digan (¡ni lo que dice menda!).

¡Cuánto lo hemos hablado Rebequita Argudo y yo! Que en este trabajo loco uno se siente siempre a dos columnas de la debacle o al menos del ostracismo. Y si no en la siguiente.

“Yo ya no presto atención ni a los que quieren matarme ni a los que quieren casarse conmigo, porque es casi inevitable que los segundos pasen al grupo de los primeros en cuanto escriba la columna de la decepción, esa en la que descubran que no estoy de acuerdo con todo lo que ellos piensan, con el pack ideológico que me han asignado_ Comenta Rebeca.

En mi caso, la irritación proviene tanto de la derecha como de la izquierda buenistófila y totalitaria _menos mal que soy delgada… Delgada, republicana, antitaurina, la marca España me da igual. No soy católica, mis hijos no están bautizados y las dos veces que me he casado (y divorciado), lo he hecho por lo civil. Soy feminista (pero no de chapa, ni camiseta, sino de las que lleva desde los 20 trabajando y manteniendo a unos hijos que pagarán las pensiones de las de la pancartita, la paguita y el chiringo); soy ecologista y defensora de las minorías, así como de la sanidad pública universal, base de toda sociedad avanzada y por supuesto, soy perfectamente capaz de soportar que mis amigos y conocidos voten a quien les parezca, aunque me llamen fascista, aunque me ría de ellos (yo siempre me he reído de los demás, pero sobre todo me he mofado de mis propias miserias y dificultades). ¿Qué tal? Los prejuicios son necesarios y muchas veces nos protegen, pero aún más nos protege ser capaces de sacudírnoslos de vez en cuando.

Lo peor de este trabajo es que ya casi no se puede hacer una bromita porque la gente capta literalmente. Y es una pena ¡el humor no es capricho ni una gamberrada!… el humor cumple una importantísima función personal y social: desdramatizar, aliviar tensión y es un mecanismo de defensa ante el conflicto psicológico....

El humor es superación, el humor es contemporizar, deshacer nudos, el humor es elegancia, tolerar la frustración, saber perder..._puedo seguir.

El humor es mostrar que tienes una duda razonable, que no te crees Dios; el humor es perdonar... Y, sobre todo, es el único antídoto contra el patetismo, el descrédito y la degradación...

He perdido algunos buenos amigos desde que escribo Opinión (y porque mis perros no se leen mis columnas…); corrijo, buenos no eran: los buenos amigos te conocen y respetan que en algunos temas tengas una opinión distinta a la suya.

He perdido algunos malos amigos desde que “opino” (Soto Ivars dice que “es inevitable que el prestigio social de un columnista se resienta si no es un propagandista que no escribe lo que piensa, sino lo que conviene. Que los hay”…)

De verdad que yo la máxima de “no te creas todo lo que piensas” la llevo al extremo, sin embargo, mis haters, oh haters, me toman tan en serio… ¡Hay que quererlos!

También he ganado amigos, ¿eh? Gentes singularísimas, maravillosas y elevadas, que me hacen muy dichosa y están en mis oraciones. “Señor, que no se lean mi próxima columna”.