La Palma

Reyes Maroto lee a Plinio el Joven

Notas del 21 de septiembre, San Jonás, San Mateo y San Consorcio de Compensación de Seguros. En su evangelio, San Mateo escribió que “como Jonás pasó tres días y tres noches en el vientre de la ballena, el hijo del hombre pasará tres días y tres noches en el corazón de la Tierra”. En eso estamos.

Lo cierto es que la vida, que es esquiva y puñetera, rara vez ofrece días como estos en lo que único que puede hacer uno es sentarse, observar y esperar a que le pasen cinco metros de lava sobre la piscina, la memoria de la familia, la habitación de los niños y el futuro.

Así vamos, viviendo de estrombolianas maneras, instalados en una desdicha a borbotones, con poca destrucción y mucha lava a baja velocidad, como una lánguida y lenta tristeza. Escuchamos enunciados sobre temperaturas, velocidades, centígrados y kilopascales y en general vamos en el metro haciendo cálculos y metáforas sobre la corteza terrestre cuando cruje como una sandía, aunque a mí, el volcán de La Palma se me antoja como una imagen perfecta de lo inexorable.

Que puede ser que la ministra de Turismo no tuviera el mejor día de su vida cuando definió la erupción de La Palma como “un espectáculo maravilloso”. En realidad, le faltó empatía, pero intentaba salvar el turismo en las Canarias. La empatía está bien, pero no da de comer, pensaría, o es que Reyes Maroto lee a Plinio el Joven. Cuentan que a su tío, Plinio el viejo le gustaban los volcanes más que comer con los dedos, así que en lo de Pompeya en el año 79 agarró unos cuantos barcos cuatrirreme y zarpó a rescatar gente y, por qué no, de paso también a echar un ojo a Monte Vesubio de fuego y humo coronado. Lo vieron quedarse el último, solo en la playa con sus dos esclavos mirando al volcán y murió allí, asfixiado por los gases que a estas alturas usted ya conoce. Su sobrino Plinio el Joven decía que viendo que nada podía hacer para salvarse, su tío decidió contemplar el espectáculo de Marotas maneras y murió así: maravillado.