ETA
Un tipo despreciable
Quedará como un interesante dramaturgo y un ser humano despreciable. Un canalla, otro más, en la claque de la mafia.
Conocí al dramaturgo Alfonso Sastre a principios del milenio, durante un congreso o encuentro de literatura. Cenamos acompañados de Eva Forest, dulce abuelita a la que recordarán por su implicación en el atentado de la cafetería Rolando (13 muertos y 70 heridos). Gastaban fama de intelectuales... comprometidos. Por comprometidos, adjetivo polisémico, nuestros mayores designaron a escritores y artistas preocupados por la justicia y la desigualdad. Que tomaban partido hasta mancharse y etc. En realidad muchos frecuentaban posturas ideológicas incompatibles con el parlamentarismo, el sufragio universal, la libertad de opinión, la presunción de inocencia, el libre mercado, el rule of law o la separación de poderes. Baratijas neoliberales que Sastre iba a negar por la contundente vía del cariño que profesó hacia los pistoleros foquistas y su pedagógico empleo de las morgues. Comprometido, vamos, como quien dice antidemócrata. Armado con un dudoso respeto por la integridad física y el derecho a la vida de quienes no compartían su fascinación por el nacionalismo. Nicolás Xamardó, en el diario.es, titula su obituario: «Un referente ético universal». Por lo visto, atiendan, «Creonte (arquetipo del poder déspota e injusto), se había encarnado en el Estado español, opresor de Euskal Herria». Menos mal que el literato no cedió y que, uh, siguiendo el modelo de Orestes, estuvo siempre comprometido «con la lucha de Euskal Herria por su liberación». En otro artículo psicodélico, un colega de Sastre, el director Paco Azorín entona un réquiem por un hombre íntegro. Cuando acusan a Sastre de coquetear ideológicamente con la izquierda abertzale, Azorín responde que el galanteo pertenecía al «terreno de las ideas, no presupone ningún tipo de delito, ni sombra de él». Como si no existieran las ideas nauseabundas. O como si pertrechar de argumentos a un nazi o un miembro del KKK resultara inocuo. Sastre, tan afable en el trato, con su aspecto de gnomo dulce y bueno, como incapaz de compadecer el dolor de las víctimas, a las que despachaba con la frialdad propia de los peores comisarios políticos, quedará como un interesante dramaturgo y un ser humano despreciable. Un canalla, otro más, en la claque de la mafia.
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