Congreso de los Diputados

Decoro parlamentario

Antonio Hernando

El Congreso de los Diputados debería ser tratado como una especie de catedral de la democracia. En las catedrales y en general en cualquier templo es obligatorio guardar las formas, respetar lo que allí se representa y a quienes asisten a sus oficios. Por eso cuando hace tiempo las formas empezaron a perderse en el Congreso y en el Senado, comenzó también la devaluación de las Cámaras como lugar de culto al debate, al diálogo y a la confrontación democrática de ideas, propuestas y políticas. Se empieza por perder el decoro, se sigue perdiendo la educación y se termina por faltar el respeto a un lugar que debería ser sagrado para cualquier representante de la ciudadanía que tenga el honor de ocupar un escaño en alguno de esos hemiciclos.

El hecho de que un diputado de Vox insulte de forma burda a una diputada socialista se descalifica por sí sólo, y no tiene ni defensa ni justificación alguna. En el curso de un debate parlamentario alguien se puede acalorar y soltar un improperio, y lo normal es que si es reconvenido por la presidencia retire inmediatamente la expresión y pida disculpas. Los debates no dejan de ser una representación, a veces excesiva y sobreactuada, pero una vez recuperada la calma, lo normal es que sus señorías tengan relaciones correctas, educadas e incluso de cierta camaradería, aunque existan profundas diferencias ideológicas y políticas. Pero de un tiempo a esta parte lo normal empieza a ser excepcional.

Cuando alguien se empecina en el insulto, se muestra insumiso respecto al reglamento del Congreso y desatiende los requerimientos de la presidencia, es porque ni entiende cuál es su función constitucional ni comprende la dimensión de lo que significa representar a la ciudadanía en el centro neurálgico de una democracia parlamentaria.

Son malos tiempos para el buen parlamentarismo, para los discursos profundos y solemnes, para reflexiones de calado que acerquen posturas y propicien lugares de encuentro, aunque al final el voto no coincida y cada diputado atienda a los criterios de su partido. Para empezar a recuperar la normalidad y el respeto de la ciudadanía, se debería dar un primer paso recuperando el decoro parlamentario.