Sociedad
Atascados
El desenlace de la excepcionalidad se atisba con poca épica y mucha rutina
Metes primera, avanzas, segunda, reduces, apenas te mueves, frenas. Respiras con resignación y miras por la ventanilla. Se ha quedado buen día, aún hace calor, debe de ser el veranillo de San Miguel. Ahora parece que los coches empiezan a moverse, bien, con un poco de suerte no se hace demasiado tarde y aún queda algo de día para aprovechar. Casi pones tercera, espejismo de velocidad. Vuelves a pararte. Habías olvidado cómo era esto, ¿verdad? La música de la radio te saca de tus pensamientos. De hecho, ya no la estabas escuchando. A ver qué dicen en los boletines horarios: el Cumbre Vieja sigue imparable su curso de coladas y destrucción y recomiendan a la población que se proteja de cenizas y gases tóxicos. Recorres unos metros, pocos, y miras a lo lejos: aún más vehículos. Filas y más filas que auguran una tediosa espera y es, en ese punto, donde la desesperación ya casi se funde con la resignación. El locutor continúa: primeros sondeos a pie de urna en Alemania que apuntan a la victoria socialdemócrata, puro lampedusismo germano. Pones el aire acondicionado, el mismo que habías quitado diez minutos antes (recuerda, el veranillo), y piensas en la semana que está por entrar, en las reuniones, alguna comida pendiente, a ver cómo te organizas. Y cuando te vas sugestionando y crees que terminarás como en «La autopista del sur» de Cortázar, el atasco te devuelve a la realidad y se erige en síntoma de rutinas y pasados que regresan. Somos capaces de evocar, sin demasiado esfuerzo, el primer día de pandemia, aquel en que comenzó todo, cuando nos encerramos en casa, cuando el coronavirus mutó de última a única noticia. Encontrar el día final, aquel en que acabe todo, en cambio, se resiste. Aunque los atascos, las horas punta y sus picos de estrés, sugieran ya el desenlace evidente de la excepcionalidad, con mucha menos épica que cotidianidad. Como paulatinos olvidos de confinamientos y restricciones. Uy, parece que los coches se mueven de nuevo. Sí, por fin, nos ponemos en marcha. Y así, mientras el atasco del domingo por la tarde en la A-1 dirección Madrid quedaba atrás, me convencía cada vez más de que la normalidad, con su inercia implacable, nos ha vuelto a engullir.
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