Génova

Casado, suyo es el momento

El líder del PP toma la palabra con el objetivo de retar y sobreponerse a un Ejecutivo de costumbres corsarias y hechuras Frankenstein

Objetivo, tumbar a Pedro Sánchez. Lo dicen los libros de historia, lo certifica Shakespeare: no hay paz ni honores para el aspirante caído a las puertas del cielo. En Valencia, que fue bastión popular, Pablo Casado revalida su ascenso a los salones de la alta política con una apuesta a doble o nada. Delante suyo, el Himalaya de una alianza que ha mezclado a los brokers con las urracas iliberales y con jetas y fanáticos, que aspiran a levantar una frontera, un hecho diferencial, una taifa y un ramillete de privilegios contables a partir de cada deje, antepasado y fémur. Detrás suyo, Vox, que destruye el humus racionalista cuando acepta batallar con el mismo lenguaje y dentro del mismo marco que el de los populistas de signo contrario, vestigios todos ellos de una irremediable miseria preilustrada que antepone la noción laica de ciudadanía, despiojada de gestas, al ardor guerrero, los coros y danzas folclóricos y el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla.

Quedarse tras los toriles, refugiado de la fiera, es el vicio naturalisimo de casi todos los hombres, que estiman su femoral y aspiran a preservarla intacta. Pero las cualidades que garantizan la supervivencia personal, doméstica, privada, no forjan al líder. Necesitas el cuajo, levemente narcisista, de quien no teme desafiar el férreo bramido del oleaje ni exponerse a la carnívora caricia de la lluvia ácida.

En el verano de 2020 Casado aceptó la tercera bala de la ruleta rusa. Suya fue la apuesta cuando nadie quiso la pistola. Cuando los que sobrevivieron entre los restos del naufragio asumieron como inevitable la travesía del gran desierto. El Partido Popular había quedado arrasado tras las purgas cainitas entre los devotos de Soraya y los partidarios de Cospedal, luego de la sentencia chusca, con aquel párrafo, posteriormente desautorizado, que iba a justificar la moción de censura de la manita de Bildu et al.

A Casado lo acusan de no tener discurso, de ser demasiado joven, demasiado educado y sonriente. Sostienen que le falta duende. Olvidan que José María Aznar tampoco fue precisamente el doble del general Patton o un gemelo bajito y sobrio del gordo Churchill. Con el ceño cosido del castellano viejo y el bigotito chaplinesco, enganchado al If de Kipling y a los diarios de Azaña y Jiménez Lozano, puso las cuentas en orden, sometió a la vieja banca, que todavía añoraba a Felipe y enfiló el principio del fin del terrorismo foquista en Vascongadas. Luego llegó Zapatero, con su saco de lágrimas socialdemócratas (© Santiago González) y gracias la confluencia planetaria, la alianza de civilizaciones y el pacto del Tinell, Aznar termina por adquirir la estatura de mariscal de campo.

Como no hay liderazgo sin errores yo a Casado le reprocho sus declaraciones en vísperas de los comicios catalanes, afeando una intervención policial modélica en auxilio y defensa de la democracia. También he lamentado que prescindiera de su mejor apuesta, Cayetana Álvarez de Toledo, aunque asumo como fieramente humana la resistencia del organigrama.

A Casado también le ha salido en Madrid una rival insospechada. Isabel Díaz Ayuso. Aunque lo de rival quizá sea francamente exagerado. La de Chamberí no ha vivido al cobijo de la cucaña ni pertenece a ninguno de los clanes clásicos, ha hecho de Madrid un himno liberal. A ratos le pierden sus comentarios en redes, cierta tendencia palabrona. No sé si por ingenuidad o cálculo, para hacerse perdonar una gestión magnífica y unas políticas de planificación sanitaria que funcionaron como relojes suizos durante los peores años de nuestra vida. Arrolladora y, ella sí, sobrada de ángel, Ayuso fue recibida en Valencia como futura presidenta. Haría mal en olvidar que incluso los mejores solistas se deben a su equipo. Casado fue su valedor. El objetivo prioritario del partido, y en general de los demócratas no estragados por la ruina intelectual y moral, pasa por acabar con un Gobierno que, sin ir más lejos, permite que toda una comunidad autónoma, Cataluña, viva de espaldas a la ley.

Ningún presidente español, ni siquiera el de aquel que contaba nubes, fue tan tóxico como el del guapo que farda de tener a la Fiscalía cogida de la sisa y hace cambalaches con los artífices de un golpe de Estado para no tener que buscar empleo como friegaplatos. Pablo Casado, de Tierra de Campos, que nació en 1981, el año en que sacaron discos Grace Jones, Spandau Ballet, The Cure y los Pretenders, toma la palabra con el objetivo de retar y sobreponerse a un Ejecutivo de costumbres corsarias y hechuras Frankenstein, cosido a retales con los deshechos de tienta del siglo XX, nacionalismos, peronismo, terrorismo. Tiene en contra el viento, que rema contra los regímenes liberales, y a favor la valentía del que desprecia a los hados que conspiran. Contra pronóstico, suyo es el momento. Quizá no haya otro.