Política
El teatro, en Valencia
Todo el mundo sabe que en el PP hay una guerra latente entre Díaz Ayuso y Casado, o más concretamente entre el entorno cercano de la madrileña y el de Génova, por el poder
Los congresos y convenciones de los partidos políticos se han convertido en auténticas representaciones teatrales en las que se oculta la realidad para proyectar una imagen al exterior.
Todo el mundo sabe que en el PP hay una guerra latente entre Díaz Ayuso y Casado, o más concretamente entre el entorno cercano de la madrileña y el de Génova, por el poder. Miguel Ángel Rodriguez está jugando con destreza la que es, probablemente, su última partida y sueña con ganar, por segunda vez, la Moncloa.
Sin embargo, viendo las escenificaciones de la convención de Valencia lo que parece es justo lo contrario. Díaz Ayuso se vuelca en su discurso con Casado, disipa toda duda sobre sus ambiciones y se abrazan buscando la foto de la unidad.
En realidad, ha decidido que, ya que era imparable que el líder popular sea el próximo cartel electoral, si gana, formar parte de la victoria y, si pierde, que nadie pueda achacarle la mínima responsabilidad porque, entonces, es cuando iniciará el asalto nacional en serio.
Los militantes de base, siempre más sentimentales, pueden vibrar ante una escena de reconciliación y una foto como esta. La representación tiene como broche a todos los presidentes anteriores también entregados a la causa y a los barones territoriales con las manos peladas de aplaudir.
El PSOE ha dispuesto algo parecido. Parece que han decidido rivalizar ambos partidos en unidad y cohesión interna. Sánchez estaba perdiendo el pulso a la organización y sacrificó a Redondo y a Ábalos para recuperarlo.
Oscar López, un hombre apreciado en general en el Partido Socialista, le sustituye en un claro gesto hacia el PSOE clásico y también como puente para fortalecerse internamente.
Tiene en la cabeza configurar una dirección más identificable para el socialismo tradicional que disipe las reticencias internas pero que, a la vez, sujete con rienda corta a los líderes territoriales de los que, históricamente, desconfía Sánchez.
La tarea no es sencilla, en tanto que el nombramiento del último gobierno buscaba mostrar sustitutos para algunos presidentes regionales y el modus operandi de Sánchez es bien conocido a estas alturas. Amén de decir que los equipos le duran entre 18 y 24 meses a lo sumo, porque tiene cierta tendencia natural e irresistible a acabar con ellos.
Tampoco le faltará al PSOE su broche final con los ex secretarios generales, encabezados por Felipe González aunque, no es un secreto lo que piensan el uno del otro.
Las organizaciones políticas huyen de las discrepancias internas como de la peste y los líderes lo aprovechan para imponer sus decisiones y que no sean contestadas en aras a evitar posibles erosiones electorales.
Mientras Casado se impone parando los pies a cualquiera que le proyecte sombra, y Sánchez es un pequeño caudillo que ha impuesto pactos con los independentistas, la coalición con Podemos o una cuestionable política exterior.
Valencia se ha convertido en una especie de festival de Almagro, pero no de teatro clásico, sino de la política. Juegan con fuegos artificiales, esperemos que no les exploten en las manos.
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