Política

Iguales como franceses

Un Estado de derecho tan sobrado de antagonistas como anémico de intelectuales con el necesario decoro para no humillarnos y humillarse

Nuestros intelectuales orgánicos llevan años consagrados a la fabricación de brebajes para consumo de nacionalistas agraviados. El argumentario chungo desmoraliza más cuando proviene de teóricos solventes. Ignacio Sánchez-Cuenca, en La prueba catalana del liberalismo español, en El País, acusa a Mariano Rajoy de «dejar pudrir la crisis catalana». Hombre, más bien tendría que haber aplicado antes el 155. No evita a tiempo que unas élites busquen la ruptura de la soberanía nacional, la extranjerización de millones de personas y la mutilación de un territorio que a nadie pertenece porque a todos pertenece. Un principio, este último, netamente comunista. Uno que Sánchez-Cuenca, complaciente con quienes ponen flores a los hermanos Badía, paramilitares y fascistas, no puede por menos que despreciar. Ah, existe prueba irrefutable de la buena disposición de Rajoy hacia el diálogo. Cuando recibió la llamada de dos humoristas haciéndose pasar por Puigdemont corrió al teléfono al grito de ya era hora, hablemos. En cuanto a la fricción entre el principio de legalidad y el principio democrático sonroja confundir las reivindicaciones del CNA frente al Apartheid con las de unos individuos con miles de policías a su cargo e imbuidos de un argumentario xenófobo. Para Sánchez-Cuenca existe un debate inaugural por la ley porque vivimos inmersos en un proceso constituyente continuo. Qué suerte tenemos y qué progresista todo. De paso explica que nuestros problemas vienen de situar en el centro la igualdad ante la ley. «Por circunstancias históricas complejas», escribe, «España no ha conseguido hacer desaparecer las diferencias entre territorios; ni tampoco puede apelar nuestro sistema a una legitimidad de origen tan potente como la Revolución Francesa». Como si dijéramos que «por circunstancias históricas complejas España es una sociedad desigualitaria, por tanto resignémonos a la desigualdad de clases sociales». En fin, las «diferencias entre territorios» seguirán imparables mientras la igualdad ante la ley tenga que someterse a unas ensoñaciones dignas del Antiguo Régimen y la «legitimidad de origen» continuará inmunodeprimida en tanto que algunos antepongan sus intereses, filias y neuras a la defensa de un Estado de derecho tan sobrado de antagonistas como anémico de intelectuales con el necesario decoro para no humillarnos y humillarse.