Pedro Sánchez

Vuelta al comunismo

Sin los comunistas, no resulta verosímil que Sánchez vuelva a La Moncloa después de las próximas elecciones.

Pronto se verán los efectos de la nueva ley de vivienda, la primera que se promulgará en democracia según ha declarado el propio gobierno. Hay otras soluciones, pero han primado las buenas intenciones izquierdistas y la desconfianza ante los mecanismos de mercado y la propiedad privada. Tendrán como consecuencia una rigidez aún mayor y con ella más regulaciones, más costes por tanto, reducción de oferta e incremento de la economía sumergida, con mayores tensiones sociales y más desconfianza. No se persigue otra cosa, sin duda: los comunistas nunca han tenido otro objetivo que no sea el de destruir la sociedad de la que viven. Lo del bono joven, por su parte, parece más que nada una medida de última hora destinada a que lo que queda de un PSOE que se dijo socialdemócrata acepte una medida difícil de digerir. Además de ser tratados con un paternalismo repulsivo, los jóvenes sirven de moneda de cambio para las maniobras partidistas del gobierno presidido por Pedro Sánchez.

Más interesante es lo que el proyecto de ley ha revelado, tanto en la tramitación como en el fondo, acerca de la naturaleza de este gobierno. En su papel de árbitro supremo, sobre Sánchez ha recaído la responsabilidad, también histórica, de haber borrado la frontera entre el PSOE y UP. Se suele decir que en las coaliciones de gobierno el grande se come al chico. No siempre ocurre así, como se ha demostrado en Alemania, y en nuestro país, aunque el desplome de UP resulte llamativo, no lo es menos que el PSOE hace suyas más y más premisas y propuestas procedentes de su izquierda. No sabemos hasta dónde llegará esta deriva en la que el grande, más que comerse, se mimetiza con el chico.

También llama la atención la carrera triunfal de Yolanda Díaz, que acumula victoria tras victoria frente al PSOE y se afianza como figura emergente entre la antigua izquierda indignada. Acabado –mal– el liderazgo adolescente de Pablo Iglesias, surge un personaje que resulta nuevo precisamente en la medida en que se aleja del Podemos abrasado por su grupo dirigente original. Todavía no sabemos si es un aggiornamento de aquel movimiento, o si se trata de algo distinto…

Claro que en este último caso la novedad es muy relativa, porque con Yolanda Díaz vuelve Izquierda Unida, es decir el comunismo clásico. Después de muchos años, queda restaurada la división clásica de la izquierda entre comunismo y socialismo. Con la particularidad, eso sí, de que el socialismo ya no considera al comunismo un adversario, o un enemigo, como lo fue durante mucho tiempo, sino como un aliado, y de los estratégicos, porque sin los comunistas, no resulta verosímil que Sánchez vuelva a La Moncloa después de las próximas elecciones. Además, Sánchez y el nuevo socialismo requieren una cierta unidad de la izquierda situada a su propia izquierda, y la nueva líder comunista parece ir varias cabezas por delante de los demás, incluido el niño mimado y posmoderno del populismo podemita, como era Errejón.

Y aquí se suscita una última y fascinante incógnita, y es comprobar hasta qué punto los jóvenes están dispuestos a respaldar con su voto algo tan extraordinario como es el comunismo en el siglo XXI. Pablo Iglesias, sus colegas –y tal vez Errejón, antaño el preferido del PSOE– no lo consiguieron (y Madrid es el último ejemplo). Si lo logra Yolanda Díaz, habrá que reconocer su instinto… y una casi patética falta de información y de cultura política entre el electorado joven. Después de la indignación y la casi apocalíptica crisis de representación, los comunistas clásicos vuelven a seducir a una parte importante de los jóvenes españoles… Digno tema de reflexión para una de esas batallas culturales de las que tanto se habla.