Internet
Miedo y asco en las redes
Abigail Shrier ha publicado un libro importante, «Un daño irreversible: la locura transgénero que seduce a nuestras hijas»
Esta semana entrevisté junto a Rebeca Argudo a la escritora, y reportera del Wall Street Journal, Abigail Shrier. Ha publicado un libro importante, «Un daño irreversible: la locura transgénero que seduce a nuestras hijas» (Deusto). Uno que debería de interesar a quienes denuncian las maniobras orquestales (en la oscuridad) del gran pharma. Explica que el fenómeno de la disforia de género, que existe y puede tener consecuencias trágicas, ha sido aprovechado por unas farmacéuticas ávidas de beneficios y unos terapeutas y maestros necesitados, los primeros, de clientes, y los segundos de subidones épicos. Para entendernos, en Estados Unidos, entre las adolescentes, hemos pasado de una prevalencia del 0.003% al 5%. Para comprenderlo Shrier alude a la histeria patologizadora. Que primero llevó a diagnosticar a millones de niños con un trastorno por déficit de atención e hiperactividad y, de paso, a multiplicar los menores diagnosticados dentro del espectro autista. «Hasta el punto de que cada vez hay menos niños libres de un diagnóstico», zanja, «Una vez diagnosticados empiezas a medicarlos». El negocio es evidente. ¿Dónde circulan ahora los del capitalismo mata? Curiosamente nuestros reaccionarios comparten con Shrier la pata más endeble del argumentario. A saber, la denuncia de las redes sociales. El señalamiento de los influencers. El convencimiento de que internet trajo la ruina a nuestros muchachos, secuestrados por Facebook, Instagram y etc. Una certidumbre que coincide con las denuncias de una ex ejecutiva de la empresa, Frances Haugen, que acusa al emporio de Mark Zuckerberg de fomentar todo tipo de males contemporáneos. De la anorexia al populismo y del suicido adolescente a la penetración del espionaje ruso y el triunfo en 2016 de un imbécil tan acabado y corrosivo como Donald Trump. Las acusaciones de Haugen, con un pie en la realidad y otro en la fantasía conspiranoica, combinan fetén con un estudio reciente de Instagram en la misma dirección respecto a la chavalería, o sea, que si las redes menoscaban la salud mental de nuestros hijos y que si los youtubers les sorben los sesos hasta convertirlos en un atrabiliario ejército de zombies. Y yo, que considero evidente la histeria patologizadora e hiperprotectora de una sociedad incapaz de soltar de la mano a sus hijos, y que aborrezco de la siniestra inclinación a descifrar enfermedades y dolencias allí donde un niño saca la lengua o apedrea una farola, no puedo por menos que recordar las filípicas contra el rock and roll, el cine, la televisión, los videojuegos y, en general, todo aquello que recordó a los viejos de cada momento y lugar cuál era su (pasmado) lugar en el mundo. Merece mucho la pena el libro, valiente y lúcido, de Shrier. Aunque cuidado con enfangarse en una campaña contra la modernidad y el presente, que a nadie esperan. Porque las redes no sé, pero el miedo, amigos, hace estragos.
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