Política

Señales de vida (inteligente)

En el caso del PSOE sanchista la rendición al supremo no ofrece paliativos

Los congresos de los partidos brindan dulces ocasiones para enjabonar proclamas a la búlgara y jalear al líder. Ocasiones brillantes para que quienes no hicieron otra cosa que chupar rueda opositen al puesto que nunca encontrarían en la vida civil. A la intemperie, sin los mecanismos de protección y promoción que brinda el grupo, muchos peones rodarían perdidos. De ahí que resulte exótico encontrar a uno a su aire; no tanto desleal como independiente. Con ideas y puntos de vista exonerados de pasar la ITV de la ejecutiva. Con frases y argumentos construidos lejos del pararrayos de las consignas orgánicas. Hasta donde me alcanza la memoria ningún conclave como el que acaba de rematar el timonel Pedro Sánchez había lucido un perfume tan sumiso. Tan de encerrarse con el miedo tatuado a las pupilas. O contaminado por la personalidad casi abrasiva del maniquí al mando. Igual que los periódicos lucen a imagen de sus directores, e igual que ponemos una y otra vez la misma casa y escribimos las mismos cuentos tristes, así los partidos reproducen la idiosincrasia, obsesiones y manías del jefe. En el caso del PSOE de Pedro Sánchez asistimos a la evisceración de la entraña orgánica. Vaciada de talento y contenidos. Reformulada hasta el último tuétano con reguero infame de propaganda. La competencia dialéctica fue sustituida por la mera repetición de eslóganes. Lemas de consumo ultrarrápido. No hay más credo que la salvación del amado capo. Obligatoria la sumisión de quienes primero aceptaron cenar líneas rojas y ahora desayunan ruedas de molino como quien mastica donuts. Martin Amis refiere en Koba El Terrible la ocasión en que al cierre de un discurso de Stalin le siguió una ovación más larga que un invierno en Siberia, e igual de frígida a poco que rascaseses bajo la cáscara del supuesto júbilo. La duración de la pantomima estaba más que justificada. En aquel Comité Central temían la suerte del primero que dejara de aplaudir. El valiente, un camarada de contrastado pedigrí revolucionario, confirmó las sospechas de sus atribulados colegas. Quiero decir que lo fusilaron. En el caso del PSOE sanchista la rendición al supremo no ofrece paliativos. Una vez asumido que el killer dominaba los resortes de la supervivencia orgánica la resistencia era fútil. Los más espabilados lo comprendieron a tiempo. Los renuentes pagarían sus escrúpulos con la extinción. Para completar el zoológico sólo faltaba la osamenta de un Felipe González nostálgico de achuchones. Con su abrazo más o menos resignado ya están todos. Cualquier señal de vida inteligente a la izquierda, cualquier atisbo de lealtad hacia lo común, tendrá que buscarse fuera de los grandes partidos. O inventarla de cero.