ETA

No te creo

No había emoción, no había verdad, sólo el tedioso recitar de un guion necesario para la política presente

Otegi es un político infame cuya existencia gravita y se sustenta sobre el magma de muerte y sangre que dejaron sus mentores de ETA en casi cuarenta años de acción criminal. Cuarenta años que hoy hace diez acabaron por la acción de la policía, la presión judicial y la labor soterrada pero eficaz de Pérez Rubalcaba en Interior. Eta no dejó de matar por una decisión estratégica o un agotamiento de su fórmula: creían en ella y hubieran mantenido su acción –puesto que sus objetivos seguían y siguen aún presentes– de no haberse conjugado esos tres elementos. Por eso resulta especialmente estomagante que en el comunicado del lunes, pomposamente titulado «Declaración del 18 de Octubre» antes de expresar su empatía con el dolor de las víctimas por algo que no debió producirse –crímenes, terrorismo, cobarde acción mafiosa se llama, pero nada de ello dicen en el texto–, inviertan el relato hasta poner en el haber de ETA el final de lo que llaman lucha armada o que expresen su reconocimiento a los presos por no se sabe muy bien qué papel en un proceso inexistente. Esos mismos presos a quienes les organizan recepciones en plan héroe local cuando salen de la cárcel tras cumplir sus penas por asesinato. Dice la nota que leyó Otegi que la izquierda abertzale hará lo que esté en su mano para mitigar el dolor de las víctimas. Pues oye, a no convocar más recepciones populares o a condenar las que a partir de ahora se produzcan.

Claro que lo del lunes es un paso, claro que es un avance en el itinerario correcto, como dijo el socialista Ximo Puig, pero es demasiado pequeño. Y sospecho que demasiado insincero.

Parece más bien un blanquear la figura siniestra de una fuerza política que alentó y apoyó el terror de ETA mientras construía pequeños infiernos allá donde gobernaba, en esos pueblos en los que disentir era un riesgo mortal, o no alinearse con los supremacistas un boleto cierto a la marginación y el insulto. Eta mataba, pero la izquierda abertzale imponía su voluntad jugando con el miedo de la gente a la denuncia o a la extorsión. Porque eran chivatos y el brazo extorsionador de los asesinos.

Lo saben muy bien los vascos que lo sufrieron. Y lo siguen recordando.

Otegi leyó el lunes el comunicado como quien lee una receta farmacéutica. Era consciente de estar en el centro del espectáculo político, pero su incapacidad para la verdadera empatía le salía por todas las costuras. No había emoción, no había verdad, sólo el tedioso recitar de un guion necesario para la política presente. Ya no matan, él tampoco defiende ya la necesidad de hacerlo. Pero no conviene olvidar que Otegi y los que él encabeza y representa son los mismos que en la retaguardia de los asesinos se encargaban de preparar el camino a su dictadura, de imponer la opresión en el tú a tú de la calle, del bar o del ayuntamiento.

Su discurso interesará o hasta será saludable políticamente, pero ni él ni la fuerza que representa son demócratas. Se trata de supremacistas y totalitarios cuyo objetivo es imponer un régimen excluyente y dictatorial. Y aún peor que otros alineados o colegas porque en su caso hubo un tiempo no muy lejano en que alentaron que ese objetivo se alcanzara con sangre. Ajena, por supuesto.